Generación Beta: la infancia en la era digital y publicitaria
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Un niño de la Generación Beta interactuando con una tableta desde sus primeros años de vida.
Nativos digitales desde la cuna
La Generación Beta se refiere a los niños nacidos a partir de 2025, quienes estarán inmersos en la tecnología y la inteligencia artificial desde su nacimiento [1][2] . A diferencia de generaciones previas, estos niños prácticamente nacen con una pantalla en la mano : estudios muestran que 44% de los bebés menores de 1 año ya usan dispositivos móviles diariamente, cifra que sube a 77% para los 2 años de edad [3] . De hecho, más de la mitad de los niños de 8 años o menos ya poseen su propio smartphone o tableta (51% en 2024) [4] , y un 58% de los niños tiene su propia tableta antes de los 4 años [5] . Este acceso temprano se ha vuelto parte de la rutina familiar; muchos padres permiten que recurran al móvil o la tableta para entretener o calmar a sus hijos mientras realizan tareas, están en público o incluso para ayudar al niño a dormir [6] . En palabras de la pediatra Claire McCarthy, "los niños necesitan más regazo y menos apps" [7] , advirtiendo que nada sustituye la interacción humana en los primeros años, fundamental para el desarrollo cerebral y emocional de los niños [8] .
Esta realidad plantea que la Generación Beta crezca rodeada de estímulos digitales constantes. Sus padres (millennials y Gen Z) también han vivido la revolución tecnológica, aunque expertos señalan que muchos padres jóvenes son conscientes del problema: un 36% de padres de Gen-Z (y 30% de millennials) está totalmente de acuerdo en que se debe limitar el tiempo de pantalla de los niños [9] . Sin embargo, la práctica cotidiana a menudo contradice estas intenciones, debido a las demandas de la vida moderna y la conveniencia de la tecnología. Así, estos pequeños nativos digitales están expuestos desde la cuna a un entorno altamente tecnificado que ofrece tanto beneficios educativos como riesgos para su desarrollo.
Infancia bombardeada por la publicidad
Un aspecto preocupante de esta inmersión tecnológica temprana es la exposición abrumadora a la publicidad . En la era digital, la publicidad está omnipresente: se estima que un adulto promedio está expuesto a millas de anuncios al día (entre 4.000 y 10.000 impactos publicitarios), aunque solo reconoce conscientemente alrededor de 100 de ellos [10][11] . Un experimento calculó que una persona común nota conscientemente unos 98 anuncios al día , mientras que otro conteo en 2023 arrojó alrededor de 78 anuncios diarios conscientemente identificados [12] . En otras palabras, aunque podamos ignorar la mayoría, vemos del orden de 50 a 100 anuncios cada jornada de forma consciente , en medio de millas de impactos totales.
Para los niños estas cifras podrían ser incluso mayores. La mayoría de las aplicaciones y plataformas “gratuitas” que usan los menores están saturadas de anuncios integrados. De hecho, el 95% de las aplicaciones dirigidas a preescolares contienen al menos algún tipo de publicidad [13] . Un estudio reciente señala que los adolescentes ven en promedio un anuncio cada 10 segundos al desplazarse por sus redes sociales , ¡equivalente a 420 anuncios por hora navegando el feed! [14] . Y no solo se trata de cantidad, sino de cómo se presenta la publicidad: muchos juegos y mundos virtuales infantiles incorporan “advergames” y contenido patrocinado encubierto , donde el anuncio se disfraza de juego o personaje amigable [15] . En ocasiones, bots o avatares simulan ser personas (incluso celebridades) para promocionar productos dentro del juego, de modo que el niño no distingue entre contenido orgánico y propaganda [16] . Esta ausencia de fronteras claras entre entretenimiento y publicidad hace que el mensaje comercial cale de forma mucho más sutil y profunda [17] .
La publicidad dirigida a los niños aprovecha su vulnerabilidad. A temprana edad, los menores no desarrollan plenamente el pensamiento crítico ni la capacidad de entender las intenciones persuasivas detrás de un anuncio [18] . De hecho, el cerebro infantil carece de un lóbulo frontal maduro (encargado del juicio) hasta bien entrada la veintena, lo cual les dificulta diferenciar entre un contenido diseñado para vender y uno informativo o lúdico [18] . Los mercadólogos explotan esta ventana de vulnerabilidad con técnicas cada vez más sofisticadas para influir en los deseos, comportamientos e incluso valores de los niños [18] . Esto significa que la Generación Beta no solo ve más anuncios, sino que los vive de una manera más personal e integrada en sus actividades diarias.
Estímulos digitales y dopamina: el cerebro infantil en juego
La exposición constante a dispositivos y anuncios no es pasiva: afecta activamente la neuroquímica y estructura en el desarrollo del cerebro infantil . Muchos juegos, videos y anuncios digitales están diseñados para ser altamente estimulantes, capturando la atención con cambios rápidos de imágenes, recompensas inmediatas y sonidos llamativos. Estos estímulos hiperpalatables para el cerebro desencadenan la liberación de dopamina , un neurotransmisor clave en el circuito de recompensa y placer. La dopamina refuerza los hábitos , y los estudios en neurociencia infantil indican que los estímulos de las pantallas pueden activar el sistema de recompensa dopaminérgico del cerebro, creando un bucle de retroalimentación “similar a los que se encuentran en el cerebro de los consumidores de nicotina o cocaína” [19] . En palabras de un neurólogo pediátrico, este tipo de uso “inunda el cerebro con liberaciones frecuentes de dopamina... llevando a un ciclo adictivo similar al de una droga” [20] . Cada vez que un niño recibe un me gusta en un vídeo, gana puntos en un juego o ve un contenido llamativo, su cerebro recibe una ráfaga breve de dopamina que le produce placer [21] . Casi de inmediato, esa recompensa desaparece y el cerebro “ansía” otra dosis, empujando al pequeño a seguir enganchado en busca del próximo estímulo [21] .
Con el tiempo, este ciclo repetitivo puede alterar la forma en que el cerebro infantil responde al placer y la motivación. Investigaciones en adolescentes muestran que quienes juegan videojuegos de forma excesiva presentan menor actividad en el núcleo caudado , una región asociada al procesamiento de recompensas [22] . Es decir, su cerebro responde menos a los estímulos gratificantes normales , lo que los puede llevar a buscar estímulos cada vez más intensos para sentir satisfacción [22] . Esto explica en parte por qué algunos niños y adolescentes desarrollan conductas adictivas a los juegos o las redes: al embotarse el circuito de recompensa, necesitan más y más dopamina artificial para experimentar placer [23] .
Además del aspecto químico, la forma de los estímulos digitales importa . Los neurólogos advierten que contenido de ritmo frenético, con gratificaciones constantes y múltiples pantallas, sobreestimula el cerebro en desarrollo . Un informe de la Universidad de Harvard lo resume así: gran parte de lo que ocurre en las pantallas proporciona una estimulación "empobrecida" comparada con la realidad ; el cerebro en crecimiento necesita una diversidad de experiencias –incluyendo momentos de calma y aburrimiento– para desarrollar su creatividad y conexiones normales [24] . Si todo el tiempo libre del niño es lleno por pantallas interactivas, se podan conexiones neuronales importantes y se refuerzan solo las asociadas a recompensas inmediatas [25] . Un experto lo compara con las máquinas tragamonedas: "Prácticamente todos los juegos y redes sociales operan con un sistema de recompensa variable, exactamente como una tragamonedas... equilibra la esperanza de 'ganar' con algo de frustración, creando adicción" [26] . El problema es que el cerebro infantil no tiene aún los frenos de autocontrol desarrollados , por lo que le cuesta mucho detener este comportamiento obsesivo una vez enganchado [27] .
Impacto en el desarrollo y la salud mental
Las consecuencias de esta intensa dieta de estímulos digitales y publicitarios ya se comienzan a notar en las nuevas generaciones. Diversos estudios asocian el uso excesivo de pantallas en la infancia con dificultades atencionales, emocionales y sociales . Por ejemplo, se ha observado que la alta exposición a pantallas contribuye a problemas de atención , dificultades para concentrarse en tareas no digitales y mayor impulsividad [28] . También se reportan desafíos en la interacción social : los niños acostumbrados a la gratificación instantánea de las pantallas pueden mostrar menos interés en el juego cooperativo, menor empatía y dificultad para leer señales sociales [29] . De hecho, con el tiempo, muchos pequeños con uso excesivo de dispositivos pueden tener menos compromiso con sus cuidadores y problemas para autorregular su comportamiento y emociones [29] . Esto pinta la imagen de una posible generación más ansiosa e irritable , algo que ya se vislumbra en aumentos de diagnósticos de ansiedad y problemas de estado de ánimo en adolescentes, correlacionados con el auge de redes sociales y smartphones en la última década [30] .
El bombardeo publicitario y la vida en línea también incidente en la salud mental de formas específicas. Las redes sociales, repletas de publicidad dirigida y contenido cuidadosamente curado, tienden a fomentar comparaciones sociales poco realistas , lo que se ha vinculado con mayores tasas de ansiedad y depresión en jóvenes que constantemente se sienten por debajo de los ideales que ven en pantalla [30] . Por otro lado, la publicidad de comida chatarra, por ejemplo, impacta en los hábitos alimenticios : la exposición frecuente a anuncios de alimentos poco saludables influye en las preferencias de los niños y provoca que insistan a sus padres por esos productos, contribuyendo a malas dietas y obesidad infantil [31][32] . Asimismo, está documentado que la publicidad de alcohol o tabaco puede aumentar la probabilidad de que los adolescentes experimenten con esas sustancias [31] . En resumen, los mensajes comerciales repetitivos pueden moldear comportamientos de consumo de forma perjudicial desde edades tempranas.
Más alarmante aún son los indicios de que el exceso de pantallas podría alterar esencialmente el desarrollo cerebral . Investigaciones con neuroimagen citadas por expertos sugieren que los cerebros de niños con adicción a las pantallas presentan reducción o pérdida de tejido en áreas frontales encargadas de funciones ejecutivas como la planificación, la organización, el control de impulsos y la empatía [33] . Dicho de otro modo, un uso descontrolado de dispositivos durante la infancia podría dificultar el desarrollo normal de conexiones neuronales clave , dejando secuelas en la capacidad del individuo para autorregularse y relacionarse con otros [34] . De hecho, el uso multitarea de medios (por ejemplo, hacer la tarea mientras se chatea, se mira TikTok y se ve televisión simultáneamente) debilita las funciones cognitivas y deteriora el aprendizaje en niños y adolescentes, según evidencia reciente [35] . Los niños adictos a las pantallas a menudo sufren también consecuencias físicas y emocionales: problemas de sueño (insomnio), dolores de cabeza y de espalda, fluctuaciones de peso, fatiga visual, e incluso síntomas psicológicos como ansiedad, depresión, sentimientos de culpa, soledad y deshonestidad para ocultar su uso excesivo [36] . En casos extremos, se ha llegado a comparar los efectos a largo plazo de la adicción digital con daño cerebral en cuanto al deterioro que puede causar en funciones importantes [37][33] .
Es importante destacar que muchos de estos hallazgos aún están en estudio y que cada niño es diferente. Sin embargo, las tendencias generales apuntan a que una infancia hiperconectada y sobreestimulada conlleva riesgos tangibles para el desarrollo neurológico y psicológico . La Generación Beta podría enfrentarse a adultos con tasas más altas de trastornos de ansiedad, déficit de atención, adicciones comportamentales (al juego, a redes) y dificultades para desenvolverse en contextos que no proporcionan gratificación inmediata. Algunos expertos predicen, por ejemplo, que los periodos de atención seguirán acortándose en los niños de la Generación Beta si se mantiene el nivel actual de estímulo digital constante [38] . También se teme por sus habilidades sociales: ya hay advertencias de que estos niños, al vivir pegados a pantallas interactivas, podrían volverse más distantes de sus padres y pares, reemplazando las conexiones reales con interacciones virtuales (personajes de juegos, asistentes de IA, etc.), lo que podría traducirse en deficiencias en comunicación cara a cara y empatía en la vida adulta [39] .
Cultura de consumo: publicidad y valores en los niños
Otro ángulo relevante es cómo la inundación publicitaria moldea la psicología del consumo y los valores de las nuevas generaciones. La infancia, habitualmente protegida de preocupaciones materiales, hoy está en la mira de los anunciantes desde el nacimiento. Cada anuncio no solo busca vender un producto, sino que transmite sutilmente un sistema de valores . En la cultura comercial moderna, el mensaje predominante es que la felicidad está en las cosas que compramos . Este materialismo promocionado choca con los valores que muchas familias quisieran inculcar. Investigadores advierten que los niños internalizan esta idea de que “más es mejor” , y estudios encuentran que un mayor enfoque materialista en los niños se correlaciona con más depresión, ansiedad, menor autoestima, síntomas físicos por estrés, bajo rendimiento académico, actitudes consumistas irresponsables e incluso relaciones más conflictivas con sus padres [40] . En pocas palabras, la publicidad constante puede influir en que los niños valoren más las posesiones que otras facetas de la vida , lo cual irónicamente tiende a disminuir su bienestar a largo plazo [41] .
Desde temprana edad, muchos niños ya reconocen marcas y personajes comerciales y desarrollan lealtad hacia ellos. Por ejemplo, un niño pequeño puede preferir cierta comida chatarra o juguete solo por haberlo visto anunciado por su youtuber favorito o por apariciones constantes en su juego móvil. Esta conexión emocional con las marcas es exactamente lo que busca la publicidad: construir consumidores fieles de por vida . Las tácticas modernas incluyen uso de influenciadores y contenido patrocinado : los niños llegan a confiar y admirar a ciertos streamers o personajes, y cuando estos les recomiendan productos durante sus videos, ese mensaje cala mucho más que un anuncio tradicional [42] . La línea entre recomendación genuina y publicidad pagada se difumina, y el niño no tiene herramientas para distinguirla. Así, se forma una generación que desde la infancia está siendo moldeada para desear productos de forma constante y casi subconsciente.
La psicología del consumo indica que todos, no solo los niños, somos influenciados diariamente por la publicidad en nuestras decisiones de compra y hábitos [43] . Pero en el caso de los menores, esta influencia ocurre antes de que puedan desarrollar una identidad propia y un pensamiento crítico. Los niños de la Generación Beta crecerán en una atmósfera de hiperconsumo , donde prácticamente cada entretenimiento que disfruten tendrá un gancho comercial. Esto puede llevar no solo a hábitos de consumo poco saludables (dieta, gasto impulsivo) sino a una visión del mundo enfocada en lo material. Como señala la psicóloga Susan Linn, “la avalancha de publicidad dirigida a los niños es un problema de salud pública y social” , ya que impacta su bienestar y prioridades en la vida [44] . En última instancia, una generación educada por la publicidad podría valorar más el tener que el ser, a menos que intervengamos para enseñarles otras perspectivas.
Panorama actual y lo que depara el futuro
En el panorama actual, la conjunción de tecnología ubicua, publicidad masiva y falta de regulación efectiva hace que la niñez esté más comercializada que nunca. Las plataformas digitales emplean algoritmos adictivos no solo para mantener a los jóvenes enganchados, sino para recopilar datos y bombardearlos con anuncios cada vez más personalizados [45][46] . Los avances en inteligencia artificial (AI) han potenciado este fenómeno: los algoritmos pueden analizar el comportamiento en línea de un niño (qué mira, cuánto tiempo, en qué hace clic) y ajustar en tiempo real la publicidad que le muestra para maximizar la probabilidad de captar su atención [45][47] . El resultado es una especie de marketing hiperdirigido : en una misma casa, cuatro niños con cuatro dispositivos pueden ver cuatro anuncios distintos adaptados a sus gustos gracias al rastreo de sus actividades [47] . Esto dificulta aún más que los padres vigilen lo que ven sus hijos, e incluso hace difícil estimar cuánto contenido comercial realmente consume un menor al día [48] . Como señala un análisis global, la publicidad dirigida a jóvenes se ha vuelto más potente que nunca, y esto está generando nuevas preocupaciones sobre la salud mental juvenil [45] . Ya no se trata de carteles de colores llamativos, sino de algoritmos persuasivos que pueden promover hábitos poco saludables (por ejemplo, vídeos ilimitados que alteran el sueño, contenido que normaliza trastornos alimenticios, etc.) [49] .
Frente a esto, algunos gobiernos y organizaciones han comenzado a reaccionar. Por ejemplo, se discuten leyes para restringir la publicidad personalizada para menores, como una reciente ley aprobada en Luisiana que prohíbe a las redes sociales usar datos de niños para publicidad dirigida [50] . Asimismo, entidades como la Academia Americana de Pediatría y UNICEF han llamado la atención sobre la necesidad de establecer “guardarraíles” que protejan a la infancia en el mundo digital [51] . Sin embargo, la respuesta regulatoria va rezagada frente a la velocidad de la innovación tecnológica. Mientras la sociedad debate qué hacer, la Generación Beta sigue creciendo en este entorno.
Mirando 20 años hacia el futuro, ¿cómo será el comportamiento de la Generación Beta al alcanzar la adultez, si no hacemos cambios ahora? Los expertos esbozan un panorama dual. Por un lado, estos jóvenes serán increíblemente competentes con la tecnología, tal vez más multitarea , creativos en entornos virtuales y adaptables a cambios rápidos [39] . Pero por otro lado, podríamos ver una cohorte con menores habilidades de interacción cara a cara , debido a la sustitución de experiencias reales por digitales durante la niñez [39] . Podrían ser personas con umbrales de atención muy reducidas , acostumbradas a la gratificación instantánea y que se frustran fácilmente con tareas lentas o sin estímulo constante [52][38] . También existe el riesgo de que las tasas de ansiedad, depresión y otras dificultades psicológicas continúen en alza, ya que muchos habrán lidiado desde temprana edad con adicción a dispositivos, ciberacoso, comparación social permanente y sobrecarga de información. Sin intervenciones significativas, la Generación Beta podría llegar a la vida adulta con una mayor prevalencia de disfunciones : desde problemas de autorregulación emocional y dependencia digital, hasta menor tolerancia a la frustración y déficit en habilidades vitales como la empatía y la resolución de conflictos en persona.
Hay que aclarar que este futuro no está escrito en piedra. Las generaciones también son resilientes y capaces de cambios positivos. De hecho, algunos pronósticos optimistas sugieren que los padres de la Generación Beta (que en su mayoría son millennials y Gen Z) al estar más conscientes de los peligros, podrían fomentar un equilibrio mayor : vemos cierta tendencia a limitar pantallas, incentivar actividades al aire libre y enseñar educación digital responsable [9][53] . Asimismo, la propia Generación Beta podría desarrollar anticuerpos culturales, es decir, movimientos juveniles que buscan reconectar con lo humano y rechazar el consumo excesivo o la hiperconectividad, como respuesta a lo que vivieron de niños. No obstante, si predominan la inercia y los incentivos económicos de la industria tecnológica, lo más probable es que los patrones actuales continúen o se profundicen. En ese caso, en 20 años enfrentaremos las consecuencias de haber entregado la infancia a las pantallas : una generación brillante tecnológicamente pero con desafíos inéditos en salud mental y cohesión social.
¿Podemos hacer algo diferente?
Llegados a este punto, surge la pregunta: ¿Estamos a tiempo de cambiar el rumbo para la Generación Beta? La respuesta es sí, al menos en parte, si actuamos desde ahora. Diversos expertos en pediatría, neurociencia y educación coinciden en estrategias para mitigar los efectos negativos de la tecnología y la publicidad en los niños sin demonizar la era digital. Algunas recomendaciones fundamentales incluyen:
- Comenzar muy despacio: Los pediatras sugieren evitar el uso de pantallas en niños menores de 18 meses (salvo para videollamadas con familiares), ya que en esa etapa crítica el aprendizaje ocurre mejor mediante interacción humana y exploración sensorial real [54] . De 2 a 5 años, se aconseja limitar el tiempo de pantalla a 1 hora al día , privilegiando contenido de alta calidad y siempre acompañando al niño para ayudarle a entender y contextualizar lo que ve [55] .
- Establecer límites claros y rutinas saludables: Para niños en edad escolar, es importante poner horarios y reglas sobre el uso de dispositivos. Por ejemplo, fije “zonas libres de pantallas” en ciertos momentos (durante la cena, antes de dormir) y asegúrese de que el uso de medios no interfiera con el sueño, la actividad física diaria ni otras actividades esenciales [56] . Modelar con el ejemplo es clave: si los padres reducen su propio uso de móviles en momentos sociales, los niños aprenderán a hacerlo también [57] .
- Fomentar contenido y actividades de calidad: No todas las experiencias digitales son iguales. Se debe preferir contenido educativo, interactivo y adecuado a la edad , en lugar de aplicaciones saturadas de anuncios o juegos vacíos [58] . A la vez, equilibrar la vida digital con abundantes experiencias offline : juegos al aire libre, lectura, deportes, arte y simplemente tiempo de aburrimiento creativo. Estas actividades desarrollan áreas cerebrales que las pantallas no estimulan y previenen la dependencia de la dopamina digital [24] .
- Educar sobre la publicidad y el consumo: A medida que los niños crecen, es posible enseñarles a reconocer la publicidad y entender sus propósitos. Desarrollar el pensamiento crítico los ayuda a no aceptar pasivamente cada mensaje comercial. Asimismo, inculcar valores como la empatía, la colaboración, el autocontrol y la apreciación de experiencias sobre posesiones servirán de contrapeso a la cultura materialista dominante [40] .
- Promover políticas y cambios sociales: A nivel colectivo, padres, educadores y formuladores de políticas pueden abogar por entornos digitales más seguros para los niños. Esto incluye leyes más estrictas sobre publicidad dirigida a menores (por ejemplo, expandir la protección de datos infantiles más allá de los 13 años [59] ), exigir mecanismos de verificación de edad en apps, presionar para que las plataformas reduzcan anuncios en apps infantiles, y apoyar campañas de concientización pública. Como resume Susan Linn, la protección de la niñez en la era digital debe verse como una responsabilidad de salud pública y sociedad en general , no solo como una lucha individual de cada familia [44] .
En última instancia, hacer las cosas diferentes implica equilibrar nuestro entusiasmo por la tecnología con la prudencia hacia sus efectos . La Generación Beta tiene la oportunidad de beneficiarse de un mundo conectado sin sacrificar su bienestar, pero ello requerirá cambios tanto en el hogar como en la esfera pública.
Conclusión
La infancia contemporánea se encuentra en una encrucijada inédita. Por un lado, los niños de la Generación Beta nacen en un mundo lleno de posibilidades tecnológicas que podrían impulsar su educación y creatividad a cotas inimaginables. Por otro lado, ese mismo entorno digital viene cargado de estímulos comerciales y adictivos que, nos gusta o no , están modificando sus cerebros y comportamientos desde la cuna . Hemos visto que el promedio de anuncios y estímulos que enfrenta un niño actual no tiene precedentes históricos, y la ciencia comienza a demostrar que esto afecta su atención, su salud mental, sus valores y hasta la estructura de su cerebro [19][33] . Si proyectamos las tendencias actuales sin corregir el rumbo, es muy probable que en 20 años encaremos las consecuencias: una generación de jóvenes con grandes habilidades digitales pero con niveles elevados de ansiedad, impulsividad y dificultades para desenvolverse en la vida real de manera equilibrada.
Sin embargo, el futuro no está predeterminado . Como sociedad, aún estamos a tiempo de intervenir. La responsabilidad recae en todos nosotros –padres, educadores, industria tecnológica, gobiernos– para proteger el desarrollo saludable de estos niños sin aislarlos del progreso. La clave estará en reconocer que el bombardeo publicitario y la saturación tecnológica de la infancia es un problema colectivo que requiere soluciones sistémicas, a la vez que cada familia encuentra su propio equilibrio. La Generación Beta nos planteará retos, pero también oportunidades de reinventar nuestras prioridades. En lugar de criar consumidores ansiosos, podemos aspirar a criar personas equilibradas, críticas y creativas en su uso de la tecnología.
En conclusión, la Generación Beta será un reflejo de las decisiones que tomamos hoy. Somos responsables de tenderles un camino distinto, uno donde la innovación digital conviva con la salud mental y donde la economía de la atención no secuestre la niñez. El desafío es enorme, pero el bienestar de las próximas generaciones bien vale el intento de hacer las cosas de otro modo antes de que sea tarde .
Fuentes: Las afirmaciones y datos presentados en este artículo se basan en estudios y expertos en pediatría, neurociencia y psicología infantil, incluyendo referencias de la Academia Americana de Pediatría, Universidad de Harvard, University of Rochester Medical Center, Common Sense Media y otros trabajos citados a lo largo del texto [12][58][60][45][24][19][33][40] , entre otros. Estas fuentes respaldan la urgencia de repensar la relación entre niños, tecnología y publicidad en la actualidad.
[1] [38] [52] Generación Beta - Wikipedia
https://en.wikipedia.org/wiki/Generation_Beta
[2] [39] [53] La generación Beta estará inmersa en tecnología e inteligencia artificial desde su nacimiento: esto es lo que piensan los psicólogos sobre ellos
https://www.parents.com/generacion-beta-8773670
[3] [6] [7] [8] Muchos bebés y niños pequeños usan dispositivos móviles todos los días - Harvard Health
[4] [5] La mitad de los niños pequeños poseen un teléfono celular o una tableta | K-12 Dive
[9] Los bebés nacidos en 2025 son parte de una nueva generación - Gen Beta - CBS Miami
Los bebés nacidos en 2025 forman parte de una nueva generación (gen-beta)
[10] [11] [12] [43] ¿Cuántos anuncios vemos al día? Principales tendencias y estadísticas
https://www.digitalsilk.com/digital-trends/cuantos-anuncios-vemos-al-día/
[13] [14] [15] [16] [17] [18] [32] [40] [ 41] [42] [44] [46] [47] [48] Proteger a los niños en el nuevo mundo de la publicidad en línea: niños y pantallas
https://www.childrenandscreens.org/aprender-explorar/investigacion/proteger-a-los-ninos/
[19] [21] [30] [33] [34] [35] [36] [37] [54] [55] [56] Blog de Seguridad y Salud - La Alianza de Seguridad Digital | Hospital Infantil Nicklaus
[20] [22] [23] [28] [29] [57] [58] Tiempo de pantalla y el desarrollo cerebral: ¿Están en riesgo los "niños que usan iPad"? | Sala de prensa de URMC
[24] [25] [26] [27] Tiempo frente a la pantalla y el cerebro | Facultad de Medicina de Harvard
https://hms.harvard.edu/news/screen-time-brain
[31] [60] Niños, adolescentes y publicidad
[45] [49] [50] [51] [59] Los costos de la publicidad dirigida a los niños y la salud mental | Think Global Health
https://www.thinkglobalhealth.org/article/costos-publicidad-dirigida-niños-y-salud-mental