
Salvar el planeta vs. salvar a los elefantes: ¿dos causas o una sola lucha?
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El elefante que el mundo no quiere ver.
Toda causa ambiental tiene un alma. Y la nuestra tiene memoria.
Un elefante anciano avanza junto a su manada por un claro lodoso. La escena evoca preguntas profundas: ¿Es muy diferente luchar por salvar el planeta y a la humanidad del cambio climático, en comparación con salvar a los elefantes, criaturas ancestrales en peligro? A primera vista, podría parecer que proteger a nuestra civilización de un fenómeno global como el cambio climático es una misión totalmente distinta a evitar la extinción de una sola especie. Sin embargo, desde una perspectiva ética, ecológica y simbólica, ambas causas se entrelazan en un mismo conflicto esencial: la defensa de la vida en la Tierra en toda su diversidad.
Perspectiva ética: una sola responsabilidad moral
En el plano ético, salvar el clima para la humanidad y salvar a los elefantes no son cruzadas opuestas, sino capítulos de una misma historia moral. La crisis climática suele presentarse como un problema antropocéntrico, pues sus peores consecuencias amenazan directamente el bienestar humano. Por otro lado, la conservación de los elefantes a veces se percibe como un gesto biocéntrico o altruista hacia otra especie. Pero en el fondo ambas luchas cuestionan hasta dónde llega nuestro sentido de la responsabilidad y la compasión. ¿Tenemos la obligación moral de proteger solo a nuestra propia especie, o también a otras formas de vida con las que compartimos este planeta?
Desde tiempos antiguos, los elefantes han despertado en los humanos un reconocimiento de su carácter casi “familiar”. Ya Plinio el Viejo en la antigüedad atribuía a los elefantes virtudes cercanas a lo humano, y culturas de todo el mundo han venerado su empatía, inteligencia y longevidad. Ese sentimiento ha evolucionado hoy en una ética global que nos dice que la forma en que tratamos a los elefantes –seres conscientes y emocionales– refleja lo que somos como civilización. El filósofo español Jesús Mosterín lo resumió en una sencilla recomendación: “Lo que hay que hacer es dejarlos en paz”. Es decir, reconocer su derecho a existir sin ser devastados por la codicia humana. Cuando fallamos en eso, revelamos una falla de nuestra propia humanidad.
Más aún, la batalla climática y la conservacionista convergen éticamente en un punto: ambas implican frenar el dominio destructivo del ser humano sobre la naturaleza. La sobreexplotación de recursos, el consumismo sin límites y la indiferencia ante otras vidas son raíces comunes tanto del calentamiento global como de la matanza de elefantes por marfil o por territorio. No es casualidad que exista la impresión de que estamos llevando nuestra dominación de la naturaleza al extremo, “hasta rozar la autodestrucción” . Proteger el clima y preservar a los elefantes, por tanto, son expresiones de un mismo principio ético: moderar nuestro poder y adoptar la humildad necesaria para convivir con el resto de la biosfera. En última instancia, se trata de ensanchar nuestro círculo moral para incluir no solo a las futuras generaciones humanas, sino a las demás especies con las que cohabitamos el único hogar conocido.
Perspectiva ecológica: interdependencia de la vida
En el plano ecológico, la lucha contra el cambio climático y la lucha por conservar a los elefantes resultan dos frentes del mismo combate. Los elefantes no son simplemente “otra” causa: son una parte integral de los ecosistemas que mantienen saludable al planeta. De hecho, los científicos los consideran “ingenieros de los ecosistemas” por su papel clave en mantener el equilibrio de la biodiversidad donde viven . Al alimentarse y migrar, estos gigantes abren caminos en la espesura, dispersan semillas y fertilizan la tierra, favoreciendo la regeneración de bosques y sabanas. Esto no solo beneficia a innumerables especies que coexisten con ellos, sino también a servicios ecológicos de los que dependemos los humanos, como la calidad del agua y del aire .
Lo más revelador es que la protección de los elefantes contribuye incluso a mitigar el cambio climático. Estudios recientes muestran que los elefantes de bosque ayudan a secuestrar carbono: al derribar árboles más pequeños y dispersar las semillas de árboles grandes, fomentan bosques más densos que capturan más CO₂ atmosférico. Se estima que un solo elefante de bosque puede incrementar la capacidad de captura de carbono de su hábitat en decenas de hectáreas, equivalente a las emisiones anuales de más de 2.000 automóviles . Dicho de otro modo, conservar a estos megaherbívoros ayuda a que los bosques absorban más carbono y sean más resilientes frente al clima cambiante. Por el contrario, si los perdiéramos por completo, las selvas africanas verían reducida su capacidad de almacenar carbono en alrededor de un 7%, mermando uno de los amortiguadores naturales contra el calentamiento global . Los elefantes, al igual que muchas otras especies silvestres, funcionan así como aliados invisibles en la estabilidad climática del planeta.
Paradójicamente, el cambio climático que intentamos frenar también supone una amenaza creciente para la supervivencia de los elefantes, lo que cierra un círculo ecológico. Sequías más prolongadas, olas de calor y alteraciones en los patrones de lluvias impactan la disponibilidad de agua y alimento en las reservas donde habitan. Investigaciones recientes advierten que las probabilidades de supervivencia de los elefantes ancianos –las matriarcas que lideran y guardan la memoria de la manada– disminuirán notablemente debido al calentamiento global, “lo que no solo reducirá drásticamente la capacidad general de la especie para adaptarse... sino que provocará también un efecto dominó en todo el paisaje circundante” . En otras palabras, el estrés climático puede diezmar a los ejemplares más veteranos, desarticulando la estructura social de los elefantes y afectando a los ecosistemas que dependen de ellos. Así, la crisis de biodiversidad (la posible extinción de una especie emblemática) y la crisis climática no son separables, sino dos caras de una misma moneda. La salud del planeta involucra tanto mantener un clima estable como conservar las comunidades vivas que lo regulan.
No hay que olvidar que la actual situación de los elefantes es crítica. En apenas las últimas décadas, sus poblaciones se han desplomado por causas humanas. Los elefantes africanos de bosque, por ejemplo, disminuyeron en más de 86% entre 1985 y 2016, y hoy solo ocupan una cuarta parte de su distribución
histórica . Sumando las dos especies africanas quedan unos 415.000 elefantes en libertad, y en Asia sobrevive otro medio millón escaso . La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza clasifica a las tres especies existentes (una asiática y dos africanas) como amenazadas de extinción. Esta alarmante pérdida no solo sería una tragedia moral, sino que implicaría renunciar a las contribuciones ecológicas imprescindibles que brindan estos animales. Como explica WWF, proteger a los elefantes y los bosques de los que dependen equivale a salvaguardar sus aportes ecológicos de los que todos dependemos** . En suma, salvar a los elefantes es parte de salvar la integridad de la biosfera que sostiene la vida humana. No existe un “planeta sano” sin fauna silvestre: nuestras causas ambientales están inextricablemente unidas.
Perspectiva simbólica: elefantes en la conciencia colectiva
Los elefantes trascienden lo puramente ecológico para convertirse en símbolos vivientes de la naturaleza y de nuestra relación con ella. Por su tamaño colosal, su longevidad milenaria y su porte majestuoso, han habitado el imaginario humano como representantes de la vida salvaje en su máxima expresión. Son criaturas que descienden de linajes antiguos (mastodontes, mamuts) y que, hasta la llegada del hombre moderno, reinaban en continentes enteros. Hoy quedan solo sus tres últimas especies, arrinconadas en fragmentos de hábitat. Su figura imponente aparece en las mitologías y tradiciones de tres continentes: desde el dios elefante Ganesha en la India, símbolo de sabiduría y protector del hogar, hasta los relatos africanos donde encarnan liderazgo y memoria, o los bestiarios occidentales que les atribuían virtudes casi humanas. Este bagaje cultural convierte a los elefantes en una especie símbolo universal, un espejo en el que vemos reflejados valores como la sabiduría, la fortaleza y la empatía . Por eso, la lucha por ellos no es solamente biologista, sino también espiritual: habla de cuánto valoramos las demás formas de vida y qué lugar ocupan en nuestra psique colectiva.
La posible extinción de los elefantes en estado salvaje plantea un golpe sísmico a nuestra conciencia global. Sería una pérdida no solo ecológica, sino también simbólica y emocional. La etóloga Joyce Poole advirtió que, “si los elefantes desaparecen, se producirá un silencio ensordecedor” . Esta imagen de un silencio abrumador alude a un mundo natural empobrecido, desprovisto de los trompetes, los barritos lejanos y incluso de las huellas gigantes que marcan la sabana. Pero también sugiere un vacío en el alma humana: el silencio de saber que dejamos morir a una de las criaturas más extraordinarias con las que hemos coexistido. Algo se apagaría en nuestro interior, una suerte de vergüenza y
desolación colectiva, como si perdiéramos un vínculo insustituible con la tierra. Al fin y al cabo, los elefantes han sido comparados con “bibliotecas vivientes” que almacenan conocimientos ecológicos y sociales pasados de generación en generación . Su desaparición implicaría quemar voluntariamente uno de los volúmenes más antiguos y ricos del gran libro de la vida.
No es casualidad que la defensa de los elefantes haya inspirado movimientos y obras que trascienden la conservación tradicional, elevándola a causa moral de la humanidad. El historiador José Emilio Burucúa afirma: “El elefante es más que un símbolo. Si los humanos somos capaces de extinguir esa maravilla colosal, sería una señal trágica de que hemos alcanzado un punto de no retorno. Pensar en un mundo en el que estemos los seres humanos y no haya elefantes es desolador” . La imagen de ese punto de no retorno es poderosa: indica que dejar morir a los elefantes sería cruzar una línea roja ética, evidencia de que habríamos fracasado rotundamente en nuestra responsabilidad como custodios de la Tierra. De hecho, muchos consideran que la primera novela ecologista moderna fue Las raíces del cielo (1956) de Romain Gary, cuyo protagonista dedicaba su vida a proteger elefantes como último bastión de sentido en un mundo devastado. “El ser humano necesita elefantes”, sostenía aquel personaje, “su defensa es la única causa digna de una civilización” . Esta afirmación, provocadora e idealista, encapsula la noción de que luchar por la supervivencia de una especie emblemática es, en el fondo, luchar por lo mejor de nuestra propia especie. Salvar a los elefantes, en este sentido, significa salvar la capacidad humana de compasión, grandeza y conexión con la naturaleza.
Un mismo conflicto esencial por la vida
Al abordar la pregunta inicial, la conclusión se revela con claridad: salvar al planeta del cambio climático y salvar a los elefantes de la extinción no son causas opuestas ni excluyentes, sino frentes interconectados de una misma batalla por preservar la vida. La una no puede triunfar sin la otra. Si afrontamos el cambio climático pero dejamos que los elefantes (y con ellos innumerables especies) desaparezcan, estaremos atacando los síntomas pero ignorando la salud integral del planeta. Y si nos enfocamos solo en algunas especies carismáticas olvidando el contexto mayor, perderemos de vista que el clima estable, los ecosistemas funcionales y la biodiversidad forman un tejido único que sostiene nuestra existencia.
En términos éticos, ecológicos y simbólicos, todas estas luchas convergen en un imperativo común: respetar y proteger la red de la vida de la que formamos parte. La crisis climática y la sexta extinción masiva son, en esencia, expresiones diferentes de un mismo desequilibrio fundamental entre la humanidad y la naturaleza. Por ello, las soluciones también deben ser solidarias y globales. Cuando salvamos un bosque, un río o una población de elefantes, no solo estamos realizando un acto aislado de conservación; estamos afirmando un modelo de coexistencia que frena la destrucción y siembra la esperanza de un futuro compartido.
En última instancia, salvar a los elefantes y salvar al mundo humano frente al cambio climático representan el mismo compromiso esencial: reconocer que nuestro destino como civilización está inseparablemente ligado al destino de las demás criaturas y del sistema terrestre. No hay dos combates, sino uno solo –el combate por la vida–, que adopta múltiples caras. Y en ese combate, el elefante se alza como un poderoso símbolo verde (quizás un “elefante esmeralda”, precioso y amenazado) que nos interpela a despertar. Si respondemos a ese llamado, habremos entendido que al proteger la majestuosidad de los elefantes, protegemos también la dignidad y la viabilidad de la aventura humana sobre este planeta vivo.
Fuentes: Los argumentos y datos presentados se basan en información de WWF
[PAPER H + IA]
, estudios
que destacan la interdependencia entre la preservación de especies emblemáticas y la lucha contra la crisis climática. Todas las perspectivas apuntan a una verdad unificadora: no podemos salvarnos a nosotros mismos sin salvar también a nuestros compañeros terrenales.
La odisea de ser un elefante | EL PAÍS Semanal | EL PAÍS
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El cambio climático amenaza más a los elefantes ancianos y pone en peligro su futuro > WCS Ecuador
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Elephant 2.0. - nature's invisible information architecture | Environment | The Guardian