El Elefante Esmeralda: Memoria, Naturaleza y el Destino de Nuestra Humanidad
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Un elefante solitario camina sobre un paisaje agrietado por la sequía, simbolizando el sombrío futuro ambiental que enfrenta la humanidad si no actuamos.
Una civilización al borde del abismo
Nuestra sociedad global se encuentra en un punto crítico. Diversos indicadores científicos y sociales alertan que vamos en rumbo de colisión con el desastre. El calentamiento global avanza sin freno: la Tierra acaba de registrar el año más caluroso jamás documentado, acompañado de inundaciones masivas, incendios e innumerables desastres climáticos extremos . Lejos de disminuir, las emisiones de gases de efecto invernadero siguen marcando máximos históricos. En 2023 las emisiones mundiales de CO₂ de origen energético aumentaron un 1,1%, alcanzando 37.400 millones de toneladas, un nuevo récord que nos aleja de cumplir el objetivo de limitar el calentamiento a 1,5°C . Estas cifras no van en la dirección correcta y confirman la falta de acción eficaz por parte de quienes toman las decisiones . Los expertos advierten que, de seguir así, la falta de acción climática amenaza miles de millones de vidas y medios de subsistencia en las próximas décadas .
Al mismo tiempo, enfrentamos conflictos geopolíticos que parecen sacados de las páginas más oscuras del siglo XX. La invasión rusa a Ucrania ha reavivado el espectro de una guerra de gran escala en Europa, incluso con el peligro latente de una escalada nuclear . En Oriente Próximo, la guerra en Gaza mostró de nuevo “los horrores de la guerra moderna” , evidenciando que la humanidad sigue resolviendo sus diferencias a punta de rifle y misil. Lejos de aprender de las tragedias pasadas, caemos en conflictos cada vez más sin sentido, alimentados por intereses estrechos y narrativas de odio. No es casualidad que el Reloj del Apocalipsis –un indicador simbólico del Boletín de Científicos Atómicos que mide lo cerca que estamos de un cataclismo global– marque hoy 90 segundos para la medianoche, la posición más peligrosa desde su creación en 1947 . Según este panel de expertos, las tendencias
actuales “siguen apuntando ominosamente hacia una catástrofe global” debido a la combinación letal de conflictos bélicos, proliferación nuclear, crisis climática y otras amenazas.
A esta situación se suma una desconexión alarmante entre los gobiernos y la gente a la que deberían servir. En muchos países, la población siente que sus líderes viven en una burbuja, ajenos a las necesidades reales de la ciudadanía. De hecho, la política se ha convertido en el sector que más desconfianza genera a nivel mundial: en promedio, un 60% de la ciudadanía global no confía en quienes forman parte de la política . Más de la mitad de las personas tampoco confía en sus gobiernos nacionales . Esta erosión de la confianza refleja un abismo creciente entre las élites y el pueblo llano, una ruptura en el contrato social que amenaza la estabilidad de las democracias. La gente percibe, con razón, que muchos gobiernos no están a la altura en los momentos críticos –sea la pandemia, la crisis climática o los conflictos– y que sus voces no son escuchadas . En suma, vivimos en una policrisis aguda económica, política y social , gestionada por instituciones cuya credibilidad mengua día a día.
La amnesia de la humanidad
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Parte de la respuesta radica en una preocupante amnesia colectiva. Pareciera que hemos olvidado las lecciones más dolorosas de nuestra historia, repitiendo errores que creíamos superados. Tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo clamó “Nunca más” ante la devastación de la guerra total y los horrores del Holocausto. Sin embargo, siete décadas después, vemos de nuevo nacionalismos agresivos, limpiezas étnicas, invasiones injustificadas y una carrera armamentista renovada . La memoria histórica se desvanece y con ella la sabiduría para no tropezar de nuevo con las mismas piedras. Como señaló el filósofo George Santayana, “quienes no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo” . Esta frase, tristemente, resuena hoy con más vigencia que nunca.
La pérdida de memoria no solo abarca lo político o lo bélico; también ignoramos las señales que la ciencia y la naturaleza nos han dado. Hace más de 30 años, en 1992, la comunidad científica internacional emitió la famosa “Advertencia de los Científicos a la Humanidad” sobre el rumbo insostenible que llevábamos. Desde entonces, informes tras informes han reiterado los peligros del cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la sobreexplotación de recursos. No obstante, no hemos actuado con la urgencia requerida. Seguimos extrayendo, consumiendo y contaminando como si no hubiera mañana, postergando las medidas difíciles por comodidad o codicia. Estamos, en palabras de algunos historiadores, “dormidos al volante de la historia”, repitiendo patrones de colapso que ya ocurrieron con antiguas civilizaciones que agotaron su entorno.
Cada nueva guerra o desastre ambiental indica que no aprendimos la lección previa. Cada crisis financiera que castiga a los más vulnerables muestra que olvidamos la empatía y solidaridad básicas. Nuestra falta de memoria colectiva es pasmosa: vivimos guerra tras guerra, crisis tras crisis, como si fuese la primera vez, sin conectar los hilos que las unen. Esta desmemoria se evidencia en la ausencia de planificación a largo plazo. Obsesionados con el beneficio inmediato y las próximas elecciones, los poderosos hipotecan el futuro de la humanidad. Se desvanece la perspectiva de legado para las siguientes generaciones. En cierto modo, estamos perdiendo nuestra “memoria de especie”, esa conciencia de hacia dónde nos han llevado nuestras acciones en el pasado y hacia dónde nos conducirán en el futuro.
La sabiduría del elefante
En contraste con la amnesia humana, hay criaturas en la Tierra que simbolizan la memoria, la sabiduría y la longevidad. La figura del elefante se alza, imponente, como un guardián ancestral de la
memoria del planeta. Los elefantes son conocidos por su excepcional inteligencia y su recuerdo perdurable: el dicho popular “una memoria de elefante” existe por algo. Estudios etológicos demuestran que estos paquidermos exhiben una amplia gama de comportamientos complejos asociados al aprendizaje, la cooperación, el duelo por sus muertos, la empatía e incluso cierta forma de lenguaje entre ellos . Su cerebro, uno de los más grandes y desarrollados del reino animal, posee un número de neuronas y conexiones sinápticas comparable al del cerebro humano . Los elefantes nunca olvidan un rostro o un lugar: pueden reconocer a individuos humanos o de su especie años después de haberlos visto, y recuerdan las rutas hacia las fuentes de agua en épocas de sequía gracias a mapas mentales transmitidos por las matriarcas de la manada. Esta formidable memoria colectiva les permite sobrevivir en entornos cambiantes donde otras especies sucumbirían.
Pero más allá de su inteligencia, los elefantes encarnan una antigüedad y resiliencia evolutiva que humilla la corta historia de Homo sapiens. Los ancestros de los elefantes han caminado sobre la Tierra por decenas de millones de años –se han rastreado fósiles de proboscídeos (el orden de los elefantes) de hace 60 millones de años –, adaptándose a extinciones masivas, eras de hielo y cambios geológicos drásticos. Nuestros elefantes actuales (africanos y asiáticos) descienden de linajes que sobrevivieron a la glaciación, a la desaparición de los mamuts y a innumerables transformaciones del clima. Son, como apunta el paleontólogo Bill Sanders, los mamíferos africanos más antiguos que aún perviven en nuestros días, auténticas reliquias vivientes de la megafauna que una vez dominó los continentes . En palabras de Aristóteles, el elefante es “el animal que supera a todos los demás en mente e ingenio”, reconociendo ya en la antigüedad su naturaleza casi semisapiente .
Curiosamente, los elefantes no solo han sido testigos pasivos de la historia natural: han influido activamente en los ecosistemas de maneras que incluso beneficiaron a nuestros antepasados humanos. En África, estas enormes criaturas actuaron como arquitectos ambientales: al derribar árboles, abrir senderos y excavar en busca de agua, moldearon el paisaje y crearon sabanas abiertas. Esto permitió que los primeros homínidos bípedos encontraran corredores y claros donde prosperar
. Dicho de otro modo, si los elefantes llevan millones de años “diseñando” su entorno, cabe la posibilidad de que sin ellos la evolución de los humanos hubiese sido muy distinta. Son una especie tan magnífica como generosa en sus aportes: han inspirado religiones (el dios Ganesha en la India, por ejemplo, es representado con cabeza de elefante), han asombrado a exploradores y científicos, y han enseñado a generaciones valores de lealtad familiar, paciencia y memoria. Las manadas de elefantes cuidan con esmero a sus crías y permanecen unidas bajo el liderazgo sabio de las hembras matriarcas, mostrando un modelo de comunidad cohesionada del que mucho podría aprender nuestra sociedad fragmentada.
Elefantes en peligro: un espejo de nuestra crisis
A pesar de toda su sabiduría y fortaleza, los elefantes hoy enfrentan la peor de las amenazas en sus largos eones de existencia: el ser humano moderno. Paradójicamente, la especie Homo sapiens –esa recién llegada en el reloj evolutivo, con apenas 300.000 años en el planeta– ha puesto en jaque a estos gigantes milenarios. Los elefantes africanos, tanto de sabana como de bosque, han visto sus poblaciones desplomarse en las últimas décadas. De hecho, ambos grupos acaban de descender otro peldaño en la lista roja de la UICN: el elefante africano de sabana está oficialmente “En Peligro de Extinción” y el elefante de bosque “En Peligro Crítico” . Según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), la destrucción de hábitats, los conflictos entre comunidades humanas y fauna, y la caza furtiva (principalmente por el marfil) han diezmado a estos animales emblemáticos. En una generación, hemos reducido las poblaciones de elefante de sabana en alrededor de un 60%, y las de elefante de bosque en casi un 90%, llevándolos al borde mismo de la extinción .
Este ecocidio es un reflejo de la crisis más amplia que atravesamos. Estamos presenciando lo que los biólogos denominan la Sexta Extinción Masiva de especies, y a diferencia de las cinco extinciones anteriores, esta vez la causa no es un asteroide o una erupción volcánica, sino una sola especie: nosotros. En los últimos 50 años, la humanidad ha acabado con alrededor del 60% de la fauna salvaje del planeta , un declive asombroso e inédito desde la desaparición de los dinosaurios. Durante el mismo medio siglo, la población humana se duplicó con creces, expandiendo nuestras ciudades, campos de cultivo, minas y fábricas a costa de los bosques, ríos y praderas que sustentaban la vida silvestre . Como resultado, elefantes, rinocerontes, tigres, ballenas y miles de especies más retroceden hacia la nada. Algunas desaparecerán y solo sobrevivirán aquellas que logren adaptarse a un planeta radicalmente modificado por la huella humana .
La situación de los elefantes es especialmente dolorosa e irónica. Bill Sanders, tras estudiar su evolución durante décadas, lo resume así: “En cierto modo, los elefantes son la versión gigante de los canarios en una mina para el planeta. Si no podemos mantener a animales tan grandes, capaces y versátiles como los elefantes, significa que hemos abierto un agujero en el tejido de la vida en la Tierra que podría ser muy peligroso para nosotros mismos. Podría llevarnos a nuestra propia desaparición.” . En efecto, los elefantes se han convertido en nuestros canarios en la mina de carbón: su declive nos alerta de un ecosistema global enfermo. Si una criatura tan poderosa, inteligente y adaptativa no puede sobrevivir bajo la presión humana, ¿qué esperanza tenemos los demás? La desaparición de los elefantes sería una trágica señal de que la humanidad ha roto algo fundamental en la biosfera, una grieta irreparable en la red de la vida.
Además, no olvidemos la deuda que tenemos con ellos. Como mencionamos, es cruelmente irónico que el elefante pueda ser llevado a la extinción por el mismo animal al que indirectamente ayudó a prosperar . Nuestros antepasados aprovecharon el mosaico de hábitats que los elefantes contribuyeron a crear , y ahora ese benefactor ecológico muere a manos del beneficiario. Sería, en términos morales, una traición colosal de nuestra parte. Y en términos ecológicos, significaría la pérdida de un ingeniero clave de los ecosistemas: sin elefantes, las sabanas se transformarían, muchas especies que dependen de las brechas que crean desaparecerían, y el paisaje mismo de África y Asia cambiaría para peor. Los elefantes dispersan semillas de árboles, mantienen abiertas las fuentes de agua, controlan la vegetación... su extinción desataría efectos en cascada impredecibles en la naturaleza.
En última instancia, si permitimos la desaparición de una especie tan venerable y valiosa como el elefante, ¿qué dice eso de nosotros como humanidad? No solo perderíamos a un aliado ecológico; perderíamos parte de nuestra propia humanidad, de nuestra capacidad de empatía y protección hacia la vida. Porque el destino de los elefantes está íntimamente ligado al destino del mundo natural del que formamos parte. Al salvarlos a ellos, nos estamos salvando a nosotros mismos; al exterminarlos, estamos cavando nuestra fosa.
Si no salvamos al elefante, ¿qué nos salvará a nosotros?
Llegados a este punto, la idea central emerge con claridad y crudeza: si no somos capaces de salvar a los elefantes, tal vez no seamos capaces de salvarnos a nosotros mismos. El elefante es más que una especie en peligro; es un símbolo de todo lo que debemos cambiar en nuestra relación con el planeta y entre nosotros. Representa la memoria de la Tierra y a la vez la urgencia del presente. Su posible desaparición sería prueba fehaciente de nuestra impotencia o falta de voluntad para corregir el rumbo.
¿Por qué enfatizamos tanto esta conexión metafórica? Porque a menudo, en las altas esferas del poder político y económico, se tiende a compartimentar los problemas. Por un lado, se habla de crecimiento
económico; por otro, de cambio climático; por otro, de estabilidad geopolítica. Pero la realidad es que todo está conectado. La muerte de los últimos elefantes en África no sucederá en un vacío aislado: será consecuencia del calentamiento global que intensifica las sequías y desertifica sus hábitats , de la pobreza y conflictos que llevan a poblaciones locales a invadir reservas o a recurrir a la caza furtiva, de la corrupción internacional que permite que el marfil circule, de la indiferencia política de gobiernos que no hacen cumplir leyes ambientales, y en definitiva, de una visión de desarrollo cortoplacista que antepone beneficios inmediatos a la preservación de la vida a largo plazo. Es decir, el posible fracaso en salvar a los elefantes encapsula todos nuestros fracasos mayores como civilización.
Imaginemos por un momento el futuro que aguarda si continuamos por esta senda. Un mundo sin elefantes sería un mundo donde seguramente tampoco pudimos salvar los bosques tropicales, ni detener el deshielo de los polos, ni mantener la paz entre las naciones hambrientas de recursos. Sería un mundo empobrecido ecológicamente y espiritualmente, un mundo donde aceptamos la derrota de la naturaleza y, por ende, de nosotros mismos. Porque no nos engañemos: somos parte de la naturaleza. La crisis ecológica y climática es en el fondo una crisis de la humanidad. “La falta de acción sobre el cambio climático amenaza a miles de millones de vidas” , nos recuerdan los científicos, y esa inacción viene de la misma raíz que nos impide salvar a especies como el elefante: la desunión, la codicia y la miopía.
Sin embargo, así como este escenario es aterrador, también puede servir de catalizador para un cambio de conciencia. La precariedad de los elefantes puede conmover incluso a los corazones más endurecidos en las cúpulas del poder. A diferencia de otras crisis más abstractas, ver a un elefante real, de carne y hueso, sufrir por la sequía o abatido por cazadores, genera una respuesta visceral. Los elefantes, con su majestuosidad, nos obligan a mirar lo que estamos haciendo. Son como un espejo en el que se refleja nuestra responsabilidad. Si ese espejo llegase a romperse (es decir, si ellos desaparecen), nos quedaremos a oscuras respecto a nuestro propio futuro. Por eso preguntamos: si no salvamos al elefante, ¿qué nos salvará a nosotros? La respuesta es clara: nada. Si fallamos en esto, habremos fallado como especie racional y ética.
El “Elefante Esmeralda”: un llamado a la acción y a la consciencia
Es hora de que invoquemos al Elefante Esmeralda en nuestro interior. ¿Qué significa este término, esta metáfora? El Elefante Esmeralda representa la unión de la sabiduría ancestral (el elefante) con la acción ecológica y consciente (el color verde de la esmeralda). Es una figura imaginaria que nos guía hacia un liderazgo más sabio, empático y sostenible. Actuar como un verdadero Elefante Esmeralda implica adoptar ciertas virtudes y principios que urgentemente necesitamos en nuestros dirigentes políticos, empresariales y sociales. En particular, significa abrazar:
• Memoria histórica y responsabilidad: recordar las lecciones del pasado para no repetir errores. Un líder con memoria (como el elefante) comprende el costo de la guerra, el sufrimiento que conlleva la injusticia social y las consecuencias de ignorar a la ciencia. Incorporar esa memoria colectiva en la toma de decisiones es fundamental para no seguir tropezando en los mismos conflictos y crisis .
• Visión de largo plazo y sostenibilidad: el Elefante Esmeralda piensa en generaciones, no en trimestres financieros ni en ciclos electorales. Cada política, cada inversión, debe evaluarse por su impacto a futuro. ¿Conservará este proyecto un planeta habitable para nuestros hijos y nietos? Si no es así, debe replantearse. Esta visión a largo plazo es la única vía para frenar el calentamiento global antes de que amenace miles de millones de vidas .
• Respeto y protección de la naturaleza: adoptar una ética de cuidado hacia todas las formas de vida. Esto va más allá de salvar a una especie carismática; implica proteger ecosistemas enteros, reducir la huella ambiental de nuestras industrias y reorientar la economía hacia la ecología y la regeneración. Un Elefante Esmeralda entiende que nuestra prosperidad humana no es antagónica con la del resto del planeta, sino que depende de ella.
• Unidad y cooperación global: así como los elefantes trabajan en manada para sobrevivir, nosotros necesitamos dejar de lado las diferencias triviales y unir fuerzas a nivel internacional. Las grandes potencias deben ponerse de acuerdo en planes concretos para reemplazar los combustibles fósiles por energías limpias, ya sea renovables o nucleares seguras, en vez de sabotearse mutuamente por intereses cortoplacistas. Necesitamos un frente común contra el cambio climático similar al esfuerzo cooperativo que alguna vez destinamos a la carrera espacial o a la lucha contra enfermedades. Ningún país puede salvarse solo en un planeta que se hunde.
• Empatía y liderazgo ético: finalmente, el Elefante Esmeralda apela a la conciencia moral de quienes detentan poder. Requiere líderes que sientan como propia la angustia de una madre elefante al perder su cría por la sequía, o el dolor de una familia que huye de una zona de guerra climática. Necesitamos una dirigencia cuyo éxito se mida no por riquezas acumuladas, sino por vidas salvadas y bienestar generado. Líderes empresariales que inviertan en energía verde aunque duela en el balance a corto plazo, líderes políticos que arriesguen capital político por hacer lo correcto y no lo conveniente. En resumen, líderes que coloquen a la humanidad y la vida por encima de la ganancia y el poder.
Adoptar el espíritu del Elefante Esmeralda no es idealismo vacío; es realismo estratégico en la era de la crisis global. Ya no basta la inteligencia convencional, hace falta sabiduría, esa que combina conocimiento con valores. La buena noticia es que ejemplos aislados ya existen: países que han logrado amplios acuerdos para proteger ecosistemas, empresas que transicionan a emisiones neutras, comunidades que recuperan su entorno y su memoria cultural para vivir en armonía con la tierra. Pero estos esfuerzos deben multiplicarse y, sobre todo, escalar a las altas esferas donde se decide el destino de millones.
Conclusión: memoria verde para un futuro compartido
En última instancia, este texto es un llamado a empresarios, líderes políticos y personas de influencia: aquellos que disponen de recursos y poder para cambiar el rumbo, pero que tal vez necesiten esa incomodidad creadora que despierta la metáfora del Elefante Esmeralda. Es comprensible que el peso de las estructuras actuales, las presiones del mercado o de la realpolitik, dificulten impulsar cambios profundos. Sin embargo, piensen en el legado que quieren dejar. Dentro de algunas décadas, cuando la historia los juzgue, ¿querrán ser recordados como los líderes que tuvieron en sus manos salvar al “elefante” (metafórica y literalmente) pero no hicieron nada? ¿O preferirán ser quienes iniciaron el giro hacia la sostenibilidad y la reconciliación con la naturaleza, quienes evitaron que la humanidad se condenara a sí misma por su inacción?
Hoy estamos en una posición única. Nunca antes tuvimos tanto conocimiento científico sobre nuestros problemas ni tantas herramientas tecnológicas para resolverlos. Nunca antes la humanidad estuvo tan interconectada, capaz de actuar casi al unísono si existiera la voluntad. Lo que falta es esa chispa de conciencia, ese golpe en la mesa que diga “¡Basta ya! Cambiemos ahora”. Dejemos que el Elefante Esmeralda sea esa chispa. Que su figura nos recuerde la urgencia de la memoria y la unión por la vida.
Si logramos salvar a los elefantes, proteger sus hábitats, frenar el cambio climático que les afecta y poner fin a la caza furtiva, habremos demostrado que somos capaces de grandes cosas. Habríamos dado un paso enorme hacia salvar también la riqueza de la biosfera y estabilizar nuestro clima. En el proceso, seguramente también nos habríamos salvado a nosotros mismos, porque habríamos vencido a nuestros peores demonios: la indiferencia, la avaricia y la división.
No estamos hablando solo de conservar una especie, por más carismática que sea. Se trata de conservar la esperanza en nuestra propia especie. De recuperar la memoria y la empatía, de reconectar gobiernos con gente, humanidad con naturaleza. Cada elefante que logre vagar libre y seguro por las sabanas del futuro será un testimonio viviente de que hicimos lo correcto. Será como una esmeralda brillando en medio de la vegetación, recordándonos que la vida, en toda su majestuosidad, prevaleció porque fuimos lo suficientemente sabios para cambiar.
En palabras del Boletín de Científicos Atómicos, “las tendencias actuales siguen apuntando ominosamente hacia una catástrofe global” , pero esa profecía no tiene por qué cumplirse. Podemos reescribirla. Podemos retrasar las manecillas de ese reloj apocalíptico si actuamos con la urgencia de ahora y la mirada puesta en la eternidad. El Elefante Esmeralda nos pide eso: que nunca olvidemos de dónde venimos, que entendamos dónde estamos y que imaginemos con valentía hacia dónde queremos ir.
Que este potente símbolo nos impulse a unir fuerzas para cambiar el mundo antes de que sea tarde. Si mostramos la misma tenacidad que un elefante y el mismo valor que una esmeralda verde en las profundidades, entonces sí habrá futuro. Y en ese futuro, los elefantes seguirán caminando bajo el sol, las guerras habrán cedido a la cooperación, y la humanidad recordará con orgullo cómo evitó su propia caída. Ese es el rumbo que aún podemos tomar. Depende de nosotros.
No olvidemos, porque en la memoria está la semilla de la sabiduría. Y con sabiduría, unidad y respeto a la vida, podremos cambiar este destino. Salvemos al elefante, salvemos la esmeralda del planeta, y con ello, salvémonos a nosotros mismos.
Referencias:
• Boletín de Científicos Atómicos – Doomsday Clock 2024 (El País)
• Deutsche Welle – Récord de emisiones de CO₂ en 2023 3
•
Ipsos – Índice Global de Desconfianza en la Política (2023) 8
• George Santayana – “Quienes no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo.”
• Wikipedia – Inteligencia de los elefantes (comportamiento y memoria)
•
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La Brújula Verde – Evolución de 60 millones de años de los elefantes (Bill Sanders, 2023)
• La Brújula Verde – Conservación: elefantes en peligro crítico (datos WWF)
• El País – Cambio climático en África, fauna en riesgo (sexta extinción) 23
• La Brújula Verde – “Elefantes, canarios en la mina” (cita de Bill Sanders) 25
• La Brújula Verde – “Cruel ironía: elefantes extinguidos por humanos” 26
El ‘reloj del fin del mundo’ sitúa a la humanidad a 90 segundos del apocalipsis, el peor registro de su historia | Ciencia | EL PAÍS
https://elpais.com/ciencia/2024-01-23/el-reloj-del-fin-del-mundo-situa-a-la-humanidad-a-90-segundos-del-apocalipsis.html
Las emisiones de la energía batieron nuevo récord en 2023 – DW – 01/03/2024
https://www.dw.com/es/las-emisiones-de-la-energ%C3%ADa-batieron-nuevo-r%C3%A9cord-en-2023/a-68415354
España entre los países del mundo que menos confían en sus políticos y políticas | Ipsos
https://www.ipsos.com/es-es/espana-entre-los-paises-del-mundo-que-menos-confian-en-sus-politicos-y-politicas
Uso y abuso de la historia de la inflación - EL NACIONAL
https://www.elnacional.com/2022/12/uso-y-abuso-de-la-historia-de-la-inflacion/
Inteligencia de los elefantes - Wikipedia, la enciclopedia libre
https://es.wikipedia.org/wiki/Inteligencia_de_los_elefantes
Investigadores rastrean 60 millones de años de evolución de los elefantes y cómo los humanos pueden ser la perdición de la especie https://www.labrujulaverde.com/2023/10/investigadores-rastrean-60-millones-de-anos-de-evolucion-de-los-elefantes-y- como-los-humanos-pueden-ser-la-perdicion-de-la-especie
Cambio cimático: Cuando los elefantes se mueren de sed | Clima y Medio Ambiente | EL PAÍS
https://elpais.com/clima-y-medio-ambiente/2021-09-07/cuando-los