Introducción: La memoria como guía económica

Memoria de Elefante: Aprender la Historia, Despertar la Libertad

Introducción: La memoria como guía económica

La expresión “memoria de elefante” no es un mito, sino una realidad científica: los elefantes poseen una extraordinaria memoria a largo plazo. Son capaces de recordar lugares con agua durante las sequías, rutas migratorias seguras e incluso reconocer individuos muchos años después. Esta capacidad de recordar y aprender de la experiencia resulta vital para la supervivencia de la manada. Del mismo modo, en la esfera económica la humanidad debe ejercitar su memoria colectiva para no repetir errores históricos y rescatar lecciones valiosas que orienten un nuevo paradigma. Al igual que un elefante nunca olvida un peligro o un refugio, nuestras sociedades deben recordar los peligros económicos del pasado y las claves que permitieron prosperar, para así despertar la libertad y la sabiduría necesarias para un futuro mejor.

Echar una mirada honesta a la historia económica es como revisar el diario de viaje de una vieja elefanta sabia: en sus páginas encontramos épocas de abundancia y épocas de escasez, triunfos y fracasos. El siglo XX y lo que va del XXI han estado marcados por ciclos de auge y colapso –la Gran Depresión de 1929, las crisis petroleras de los 1970, la crisis financiera global de 2008– que dejaron profundas huellas  . Estas crisis recurrentes muestran que, si la economía ignora ciertas lecciones, termina tropezando con las mismas piedras. Tal como la manada que recuerda dónde se encuentra la trampa del cazador o el río crecido que una vez casi la ahoga, nuestra comunidad global debe reconocer a los patrones que nos han llevado a desastres económicos para no caer de nuevo en ellos.

Ahora bien, ¿qué nos enseña esa “memoria de elefante” económica? Ante todo, que la libertad bien entendida –la libertad económica acompañada de responsabilidad– ha sido un factor crucial en los mayores éxitos, mientras que su ausencia o distorsión está en la raíz de muchos fracasos. Recordar la historia con rigor nos muestra que cuando se ha respetado la iniciativa individual, el conocimiento disperso de millones de personas y la moneda sana, las sociedades prosperaron de forma más ética y sostenible . Por el contrario, cuando se olvidaron estos principios –cediendo a la tentación de controles autoritarios, planificación central rígida o manipulaciones monetarias– el resultado fue pérdida de prosperidad y de libertad. En las siguientes secciones exploraremos, de la mano de cuatro grandes referentes de la Escuela Austríaca de Economía, cómo las lecciones del pasado económico pueden iluminar el futuro. Como un elefante sabio que guía a su manada, las ideas de Ludwig von Mises, Friedrich A. Hayek, Israel M. Kirzner y Murray N. Rothbard nos ayudarán a interpretar la historia económica ya despertar una libertad orientada al bien común.

Lecciones históricas bajo la lupa austríaca

Imaginemos por un momento a una anciana elefante liderando su manada a través de la sabana. Ha visto temporadas de sequía extrema y recuerda qué decisiones tomaron al grupo a encontrar agua y cuáles casi les cuestan la vida. Esa elefante representa nuestra memoria colectiva económica . Las experiencias acumuladas –desde los grandes colapsos financieros hasta las innovaciones que transformaron la vida cotidiana– son las huellas que debemos repasar. La Escuela Austríaca de Economía, con su enfoque en la acción humana y el orden espontáneo, nos ofrece una lente privilegiada para entender esas huellas.

Ludwig von Mises: acción humana vs. ilusiones de control

Ludwig von Mises fue un economista austríaco que vivió las convulsiones del siglo XX –dos guerras mundiales, hiperinflaciones, depresión económica– y desarrolló una visión profundamente arraigada en la acción humana . Mises nos recuerda que la economía, en esencia, se trata de personas que actúan con propósito , no de engranajes mecánicos predeterminados. ¿Por qué es esto importante? Porque a lo largo de la historia, muchos gobernantes y economistas creyeron poder predecir y planificar la economía como quien calcula la órbita de un planeta. Se confiaron en modelos matemáticos y pronósticos precisos, olvidando que cada individuo toma decisiones propias y creativas.

La “memoria de elefante” aquí consiste en reconocer las veces que esa ilusión de control predictivo conducida al desastre. Por ejemplo, en la década de 1920 se pensaba que la prosperidad duraría eternamente y que las nuevas técnicas estadísticas permitían dominar el ciclo económico. Sin embargo, la realidad golpeó con la Gran Depresión: un colapso que pocos modelos previeron. Mises, ya en los años 1920 y 30, anunció que las expansiones de crédito artificial –es decir, la creación fácil de dinero y crédito por parte de los bancos centrales– crearían una prosperidad ficticia seguida de un derrumbe inevitable. La historia le dio la razón con la crisis de 1929. Más tarde, en 2008, algo similar ocurrió con la burbuja inmobiliaria y financiera: grandes bancos y autoridades confiaron en modelos deseables de riesgo que supuestamente hacían imposible un colapso global... hasta que sucedió. La lección misiana es clara: no existen atajos tecnocráticos infalibles para evitar las leyes económicas. La economía no es un reloj predecible; es un proceso vivo donde la incertidumbre reina, porque depende de millones de decisiones humanas que no se pueden anticipar totalmente.

Mises también es célebre por su participación en el Debate sobre el Cálculo Económico en el Socialismo . En 1920, argumentó que una economía completamente planificada por el Estado no podría funcionar racionalmente porque, sin propiedad privada y sin precios libres en los mercados, es imposible calcular qué producir eficientemente. Esta afirmación, muy polémica en su época, resultó trágicamente profética. Los experimentos históricos de planificación central –la Unión Soviética, por ejemplo– sufrieron una crónica falta de información económica confiable: las fábricas producían montañas de bienes que nadie necesitaba mientras escaseaban productos básicos, precisamente por falta de un sistema de precios genuino que guiara la producción. La “memoria” que nos deja este capítulo histórico es que no se puede eliminar al mercado sin apagar un sistema nervioso crucial . Sin precios libres que transmiten información, los planificadores operan a ciegas. Mises nos enseñó que pretendiente sustituir la acción de millones de individuos con las órdenes de unos pocos es como amarrar a la elefante líder y creer que la manada encontrará por azar su camino al agua. Las hambrunas y estancamientos en las economías planificadas del siglo XX confirman esa lección: por mucho que se anhelen utopías de control total, la acción humana individual y la coordinación voluntaria son insustituibles para generar prosperidad.

En resumen, la primera gran lección de nuestra memoria económica “austriaca” es la humildad frente a la complejidad humana . Debemos desconfiar de los cantos de sirena de quienes prometen predicciones infalibles o planos omniscientes. La historia nos muestra que respetar la libertad de acción del individuo –dejando que las personas innoven, emprendan, fracasen y aprendan– produce mejores resultados que seguir esquemas rígidos dictados desde arriba. Así como el elefante confía en sus instintos y experiencias para decidir la ruta, una sociedad libre debe confiar en la sabiduría dispersa de sus miembros, en lugar de someterse ciegamente a un plan central inflexible.

Friedrich Hayek: el orden espontáneo y el conocimiento disperso

Siguiendo el rastro de la manada de elefantes metafórica, aparece otra figura alumbrando nuestro camino: Friedrich A. Hayek, discípulo de Mises y también Nobel de Economía. Hayek profundizó en un aspecto clave de los sistemas libres: el conocimiento disperso y el orden espontáneo . Para comprender su aporte, recordemos algunos episodios históricos. ¿Cómo es que, tras el caos de la Segunda Guerra Mundial, economías devastadas como la de Alemania Occidental resurgieron con sorprendente rapidez? Un dato curioso: en 1948, el ministro Ludwig Erhard eliminó de golpe los controles de precios y racionamientos heredados de la guerra, confiando en el mercado. Muchos pronosticaron el caos, pero ocurrió lo contrario: las estanterías vacías se llenaron, el comercio floreció y comenzó el “milagro económico alemán”. ¿Qué había pasado? Que al liberar los precios , se permitió a millones de individuos utilizar su conocimiento y esfuerzo para aprovechar oportunidades antes bloqueadas. Este es un ejemplo de orden espontáneo : sin un plan central que le dijera a cada tienda qué vender oa cada fábrica qué producir, el sistema económico se coordinó solo mediante la señal de los precios libres.

Hayek explicaba que en toda sociedad moderna, la información necesaria para organizar la economía está fragmentada en pequeñas porciones que cada persona posee: el panadero sabe cuántos clientes entran a su tienda cada mañana, la agricultora sabe cómo fue la cosecha en su parcela, el ingeniero conoce una nueva técnica para ahorrar energía en la fábrica, etc. Ningún ministro o comité central puede reunir toda esa información en tiempo real; cualquier intento de dirigir desde arriba estará inevitablemente desactualizado o incompleto. Sin embargo, en una economía de mercado, el sistema de precios actúa como el “nervio” que transmite esas señales : una subida en el precio del trigo indica escasez o mayor demanda, incentivando a agricultores en todo el mundo a producir más; una caída en el precio de cierto metal indica que abunda, y así los mineros invierten menos en extraerlo. Millones de decisiones se ajustan recíprocamente sin que nadie esté al mando de todo . Hayek llamó a esto un “orden espontáneo”, un orden que es producto de la acción humana, pero no de un diseño humano deliberado .

La memoria histórica confirma la importancia de este principio una y otra vez. Pensemos en los casos donde se intentó suprimir el mensajero que son los precios . En la década de 1970, varios países –incluido Estados Unidos bajo Nixon– impusieron controles de precios para frenar la inflación. ¿El resultado? Escasez y colas ; por ejemplo, controles al precio de la gasolina llevaron a que largas filas de autos esperaran por horas para repostar, porque un precio artificialmente bajo la demanda excedía a la oferta. La lección de Hayek aquí es que cuando los precios no pueden fluctuar libremente, el orden espontáneo se rompe y el caos asoma: la coordinación falla y aparece el desabastecimiento o el excedente. Esto se observa dramáticamente en economías socialistas: los precios fijados por burócratas no reflejanban la realidad, generando la famosa situación de las tiendas vacías en Moscú mientras se pudrían bienes en almacenes equivocados.

En contrapartida, la historia nos da ejemplos inspiradores de cómo el respeto por el orden espontáneo liberó el potencial de las sociedades . No solo el renacer de Alemania Occidental, sino también casos como el de Hong Kong , una pequeña colonia pobre a mediados del siglo XX que, con políticas de mercado muy abiertas (bajos impuestos, libre comercio), se convirtió en pocas décadas en uno de los puertos más prósperos del mundo. El caso de Chile a fines de los 1970 y 1980 , que tras una era de controles y crisis adoptó reformas orientadas al libre mercado –aunque en un contexto político autoritario, cabe señalar– y logró estabilizar su economía e iniciar un largo período de crecimiento. Estos ejemplos muestran que permitir el emprendimiento y la competencia (aún con las debidas reglas básicas) genera un orden en el que, aunque nadie busque explícitamente el “bien común”, las interacciones voluntarias tienden a mejorar la situación general. Hayek describió este fenómeno con la metáfora de un mercado como un lenguaje: no fue creado por nadie en particular, pero permite que nos entendamos y colaboremos .

La lección hayekiana de nuestra memoria de elefante es, por tanto, la importancia de la humildad y la confianza en la libertad . Humildad de los gobernantes para reconocer que no pueden saberlo todo ni dirigirlo todo; La confianza en que la libertad individual puede surgir en un orden beneficioso. Cuando se respeta el marco del estado de derecho, la propiedad y los contratos, el caos aparente del libre mercado genera un cosmos , como decía Hayek, un orden dinámico donde la innovación y la adaptación ocurren constantemente. Al despertar la libertad económica, despertamos también la creatividad y el conocimiento disperso de toda la sociedad. Cada empresario, cada trabajador, cada familia tomando decisiones cotidianas son como los elefantes de la manada dispersándose para buscar agua: ninguno tiene el panorama completo, pero sus acciones combinadas logran algo más sabio que cualquier plan central podría lograr.

Israel Kirzner: el descubrimiento emprendedor

En nuestro recorrido por la sabana de la historia económica, a la sombra del gran elefante esmeralda, aparece otro elemento fundamental para la prosperidad: la figura del emprendedor . Israel M. Kirzner, otro exponente de la Escuela Austríaca, destacó el papel del empresario como agente de descubrimiento . ¿Qué quiere decir con esto? Que en todo mercado existen desajustes, necesidades no satisfechas, oportunidades ocultas esperando a ser encontradas, y que son los emprendedores alertas quienes descubren esas oportunidades y actúan sobre ellas. Este proceso, lejos de ser un mero detalle, es el motor mismo del progreso económico .

Volvamos a la analogía animal: imaginamos a un elefante joven y curioso que explora más allá del territorio conocido y encuentra un nuevo manantial. Al regresar a la manada con esa información, todos se beneficiarán de su hallazgo. Del mismo modo, en la economía los emprendedores son exploradores que amplían la frontera de lo posible. La memoria económica nos muestra ejemplos brillantes de esto. Durante la Revolución Industrial, miles de pequeños inventores y empresarios –no solo los más famosos como James Watt o Edison, sino también otros anónimos– descubrieron formas de hacer más con menos: nuevas máquinas, procesos y productos. No fue un plan gubernamental el que concibió el ferrocarril, la bombilla eléctrica o, más cerca en el tiempo, internet y los teléfonos inteligentes. Fueron visionarios individuales o equipos pequeños, a menudo yendo contra la corriente de lo establecido, quienes encendieron esas revoluciones tecnológicas. La lección es que el progreso ocurre de manera descentralizada , gracias a iniciativas individuales que luego se diseminan.

Kirzner subraya que el mercado es un proceso dinámico de corrección . Cada vez que un emprendedor identifica un error o ineficiencia –por ejemplo, que tal producto escasea aquí pero sobra allá, o que tal servicio podría prestarse de una manera más barata o de mejor calidad– y construye un negocio en torno a esa oportunidad, está corrigiendo el desequilibrio. Con el tiempo, esas acciones tienden a acercar la oferta y la demanda, satisfaciendo más deseos de los consumidores. La historia económica confirma que las sociedades más abiertas al emprendimiento generan prosperidad más rápidamente . Un caso ilustrativo es el de Estados Unidos a finales del siglo XIX y principios del XX : era relativamente fácil iniciar una empresa y había una cultura que premiaba la innovación. En pocas décadas surgieron industrias enteras (acero, automóviles, electricidad, telecomunicaciones) lideradas por empresarios audaces, que transformaron la calidad de vida de millones de personas. Otro ejemplo, más reciente, es el auge tecnológico en Silicon Valley: no fue por orden gubernamental, sino porque un marco relativamente libre permitió que una oleada de emprendedores –desde Bill Gates y Steve Jobs hasta los fundadores de Google o miles de startups– compitieran, colaboraran y descubrieran nuevas posibilidades en la informática y la web.

Sin embargo, la memoria también nos advierte de lo contrario: entornos donde el espíritu emprendedor fue apagado. Pensemos en países donde, durante décadas, abrir un negocio privado era ilegal o mal visto. En las economías de tipo soviético, no existían emprendedores privados ; toda iniciativa venía de jerarcas estatales. ¿El resultado? Estancamiento tecnológico en muchas áreas, falta crónica de innovación en bienes de consumo y poca capacidad de adaptarse a los cambios. Incluso fuera del socialismo puro, hay casos como ciertas economías en desarrollo hasta los años 80 o 90 donde la maraña burocrática y los monopolios protegidos hacían casi imposible que surgieran nuevos competidores. Por ejemplo, en la India de antes de 1991 (previa a las reformas de liberalización), el llamado “raj de licencias” significaba que cualquier empresa necesitaba permisos infinitos para operar; la economía crecía muy lentamente y la creatividad empresarial se ahogaba en trámites. Tras las reformas que redujeron trabajos, India experimentó un notable acelerón de crecimiento, impulsado por emprendedores locales que crearon desde una pujante industria tecnológica hasta innovaciones en microfinanzas y telecomunicaciones.

La lección kirzneriana es que debemos recordar siempre quiénes son los verdaderos creadores de riqueza : son aquellas personas inquietas que, si se les permite, encienden la chispa del cambio . Para construir una economía del futuro al servicio del bien común, no basta con buenos deseos o aviones desde despachos; hay que liberar el talento emprendedor de la gente, en todos los niveles. Esto implica remover los obstáculos innecesarios –regulaciones asfixiantes, privilegios para unos pocos jugadores que bloquean a los nuevos, impuestos tan elevados o sistemas tan inciertos que desincentivan arriesgarse a innovar–. La memoria del elefante nos dice que cada vez que una sociedad ha apostado por dar espacio a sus emprendedores, ha cosechado un bienestar que se expande eventualmente a la mayoría. Al despertar la libertad para emprender, no solo promovemos crecimiento económico en frío, sino que también descubrimos soluciones a problemas sociales . Hoy vemos, por ejemplo, a emprendedores sociales y tecnológicos buscando maneras de proveer energía limpia, de llevar educación a comunidades remotas vía internet, de dar servicios financieros a poblaciones marginadas a través de la tecnología móvil. Son herederos de esa tradición descubridora. La economía del bien común que imaginamos necesita de millas de “elefantes exploradores” que con su ingenio encuentren esas fuentes de agua escondidas para la gran manada humana.

Murray Rothbard: el dinero sano y los peligros de la manipulación monetaria

Finalmente, en nuestro recorrido histórico bajo la luz de la Escuela Austríaca, debemos prestar atención a un tema que ha sido causa recurrente de crisis: la moneda y las políticas monetarias . Aquí entra en juego Murray N. Rothbard, uno de los alumnos aventajados de Mises, conocido por su crítica feroz a la manipulación monetaria y los bancos centrales. Rothbard, junto con otros autores austríacos, sostuvo que alterar artificialmente la cantidad de dinero o el crédito puede traer beneficios efímeros, pero a costa de serios problemas más adelante. La historia económica nos ofrece dolorosos ejemplos que confirman esta tesis.

Volvamos a la analogía animal: el dinero en una economía es como el agua en el cuerpo de un elefante. Agua de golpe demasiada, o agua de mala calidad, pueden enfermar al organismo. De manera similar, demasiado dinero creado de la nada puede enfermar la economía . Un caso extremo fue la hiperinflación de la República de Weimar en Alemania (1921-1923). Para financiar gastos insostenibles, el banco central alemán imprimió cantidades astronómicas de marcos; los precios comenzaron a subir sin control, y la situación degeneró al punto de que el dinero prácticamente perdió todo su valor. Hay relatos históricos de personas que llevan carretillas llenas de billetes para comprar una barra de pan, o usando los billetes como papel tapiz por ser más baratos que el propio papel. Esta tragedia monetaria destruyó los ahorros de la clase media , sembró el caos social y, según muchos historiadores, contribuyó a un clima de desesperación que facilitó el ascenso de regímenes totalitarios. La lección es clara: destruir la confianza en la moneda puede destruir la base misma de la sociedad civil . Un pueblo cuyo dinero se vuelve inútil ve quebrarse sus lazos económicos y entra en pánico. Rothbard solía recordar que la inflación descontrolada actúa como un impuesto oculto y cruel, que empobrece a la mayoría para beneficiar a quienes emiten el nuevo dinero primero.

Otro ejemplo de la memoria que debemos conservar: a partir de la década de 1970, el mundo abandonó los últimos vínculos del dinero con patrones estables (como el oro) y quedó en manos del experimento del dinero fiduciario puro administrado por bancos centrales. Sin un ancla tangible, se confió en la pericia de las autoridades para “dosificar” la cantidad de dinero adecuada. Hubo periodos de bonanza, sin duda, pero también nuevos ciclos de auge y caída. En los años 70, muchos países sufrieron una fuerte inflación –los precios se disparaban año tras año, minando salarios reales– a la vez que la economía se estancaba (el fenómeno de la estanflación ). En América Latina, varias economías experimentaron colapsos monetarios y crisis de deuda en los 80: Argentina, Brasil, Perú, México vivieron episodios de altísima inflación o hiperinflación, donde los billetes perdían valor mes a mes e incluso día a día. La respuesta ortodoxa fue aplicar políticas drásticas para restringir el dinero (como hizo la Reserva Federal bajo Paul Volcker a inicios de los 80, subiendo tasas de interés hasta niveles dolorosos para frenar la inflación en Estados Unidos) o adoptar nuevas monedas o atarlas al dólar para restaurar la confianza. Pero la pregunta de Rothbard y otros austríacos es: ¿por qué permitimos llegar a esos extremos? ¿Qué tal si desde el principio mantenemos el dinero sano y estable para evitar esas montañas rusas?

La teoría austríaca del ciclo económico, iniciada por Mises y Hayek y abrazada por Rothbard, sostiene que cuando un banco central expande excesivamente el crédito (por ejemplo, manteniendo tasas de interés artificialmente bajas e inyectando liquidez), se generan inversiones malas o insostenibles –malinvestment , las llamaba Hayek–. Es como si la manada de elefantes, confiada en una falsa señal de abundancia de agua, se internara demasiado en el desierto; tarde o temprano descubren que han sido engañados por esa señal errónea y entonces sobreviene la crisis por falta de agua. De forma análoga, una burbuja financiera es una falsa prosperidad alimentada por crédito fácil: la gente toma préstamos baratos para proyectos que parecen rentables bajo las condiciones artificiales, pero cuando la realidad se impone (suben los costos, saturan los mercados, etc.), muchos de esos proyectos resultan inviables. El castillo de naipes se derrumba. Así ocurrió con la burbuja inmobiliaria de Estados Unidos y Europa en los años 2000: crédito barato y políticas de promoción hipotecaria inflaron los precios de las casas y alentaron deudas masivas; por un tiempo todos parecían enriquecerse fácil –hasta los taxistas especulaban con casas–, pero en 2008 vino el derrumbe que costó millones de empleos y enormes rescates financieros. Rothbard criticó duramente el papel de la Reserva Federal en ese proceso y, de hecho, había advertido años antes que los niveles de deuda e inflación de activos estaban creando una tormenta perfecta. La lección histórica es que no existe almuerzo gratis en política monetaria : endeudarse e imprimir dinero pueden dar una sensación pasajera de prosperidad, igual que el azúcar da un pico de energía, pero luego viene la caída abrupta.

¿Qué implica entonces "dinero sano"? Para los austríacos, implica una moneda estable en su poder adquisitivo , no sujeta a manipulaciones discrecionales. En la práctica histórica, esto tiene significado cosas como respetar reglas estrictas de emisión monetaria . Por ejemplo, bajo el patrón oro clásico (siglo XIX y comienzos del XX), la cantidad de dinero estaba limitada por las reservas de oro; esto frenaba en parte la expansión excesiva y durante largas décadas los precios se mantuvieron relativamente estables, con períodos de suave deflación y suave inflación pero sin descalabros hiperinflacionarios. Cuando se abandonó el oro (primero durante la Primera Guerra Mundial en muchos países, luego definitivamente en 1971 cuando Estados Unidos cerró “la ventanilla” de convertir dólares en oro), se abrió la puerta a un crecimiento del dinero sin ese límite físico. La memoria de las décadas posteriores muestra más volatilidad: grandes inflaciones en los 70, burbujas en los 80 y 90 (ej. la burbuja tecnológica), crisis de deuda en países emergentes, etc., hasta llegar a la crisis global de 2008 y la reciente inflación mundial de 2021-2022 tras la expansión monetaria para enfrentar la pandemia. Todo esto refuerza la enseñanza de Rothbard: manipular la moneda tiene costos sociales enormes , desde la pérdida de ahorros de la gente común hasta el aumento de la desigualdad. Sí, desigualdad, porque la inflación y la expansión monetaria a menudo benefician primero a los actores financieros cercanos al poder (bancos, grandes corporaciones que reciben créditos baratos) mientras el ciudadano de a pie sufre precios más altos y salarios que no alcanzan. Es lo que hoy se conoce como el efecto Cantillon , nombrado por un economista del siglo XVIII que comprobará cómo el dinero nuevo altera la distribución de la riqueza a favor de quienes lo reciben antes que otros.

La memoria de elefante nos dice entonces que una economía del bien común no puede construirse sobre una moneda frágil o manipulada a conveniencia política . Necesitamos bases monetarias sólidas, transparencia y posiblemente mecanismos que impidan a los gobiernos financiarse a la costa del público vía inflación. Algunas proponen reglas claras para los bancos centrales (por ejemplo, metas de inflación estrictas, o incluso regresar a algún tipo de estándar ligado a mercancías); otros, inspirados por Rothbard, abogan por sistemas de banca libre y competencia monetaria donde la misma disciplina del mercado evitaría excesos. Los detalles pueden discutirse, pero el principio es innegociable: no olvidar las lecciones de las hiperinflaciones y crisis monetarias . Cada vez que en la historia un país jugó con fuego emitiendo dinero fácil, acabó quemándose y perjudicando especialmente a los más vulnerables. Una economía verdaderamente ética y el servicio de todos debe preservar la integridad del dinero, del mismo modo que un cuerpo sano mantenga estable su temperatura y su flujo sanguíneo. En ello, la perspectiva austríaca es un faro que ilumina el camino hacia políticas monetarias responsables, orientadas a largo plazo y no a la ganancia inmediata.

Conclusión: Hacia una economía libre, ética y sostenible

Al recorrer estas lecciones del pasado con la guía de los grandes autores austríacos, hemos ido tejiendo una memoria económica que puede orientar la construcción de una economía del futuro para el bien común . ¿Qué hilos componen este tejido? Primero, el reconocimiento de la dignidad de la acción humana individual (Mises): comprender que detrás de las estadísticas hay personas con proyectos, sueños y aprendizajes, y que cualquier sistema que ignore su libertad y creatividad está condenado al fracaso. Segundo, la confianza en los procesos espontáneos de cooperación (Hayek): saber que la coordinación social no siempre requiere mando central, que a veces las mejores soluciones emergen de abajo hacia arriba cuando se respetan las reglas del juego justas. Tercero, la valoración del espíritu emprendedor (Kirzner): esa chispa que impulsa a resolver problemas y mejorar la realidad inmediata, y que florece cuando la sociedad no la reprime sino que la anima con cultura y con marcos legales adecuados. Cuarto, la responsabilidad en el manejo del dinero y las instituciones financieras (Rothbard): mantener memoria de los estragos causados por políticas imprudentes para nunca más hipotecar el futuro por pan para hoy y hambre para mañana.

Un punto esencial es que todas estas lecciones austríacas no se oponen a la búsqueda del bien común , sino que ofrecen un camino más firme y auténtico hacia él. En efecto, la libertad económica que defienden Mises o Hayek no es un libertinaje egoísta; es la libertad dentro de un orden jurídico donde se respetan mutuamente los derechos, condición en la cual las interacciones voluntarias generan prosperidad mutua. Cuando hablamos de despertar la libertad , hablamos de liberar también nuestra comprensión , de quitar las vendas ideológicas heredadas del miedo o de modas intelectuales para ver claramente qué funcionó y qué no. Por ejemplo, la historia muestra que ni el mercado sin conciencia ni el Estado omnipotente logran por sí solos la prosperidad equitativa y sostenible que anhelamos. Un mercado bien encauzado éticamente –es decir, poblado por actores con sentido de responsabilidad social y limitado por instituciones que impiden fraude, corrupción y monopolios injustos– tiende a crear riqueza y opciones para todos. A su vez, un Estado que recuerde las lecciones (que no trate de hacer microgestión de todo, pero tampoco se ausente cuando sea necesario) puede enfocarse en lo que le compite: asegurar las reglas claras, proteger la competencia leal, brindar bienes públicos fundamentales y redes de apoyo puntuales sin sofocar la iniciativa privada.

La metáfora del elefante esmeralda cobra aquí pleno sentido. Los elefantes, con su memoria ancestral , evitan los lugares peligrosos y se encaminan hacia donde hallaron vida. Nuestra memoria económica austriaca nos indica que un sistema que pisotea la libertad creadora del ser humano, que olvida la importancia del conocimiento disperso, o que manipula las señales vitales de la economía, es un lugar peligroso al que no debemos volver. En cambio, nos señala también los oasis que hemos encontrado en la historia: episodios donde la confianza en la libertad y en la responsabilidad individual trajeron innovación, prosperidad y también mejoras sociales de amplio alcance. Porque no olvidemos que, pese a todos los retos pendientes, la humanidad nunca había alcanzado niveles de bienestar promedio tan altos como los actuales, y esto se debe en gran medida a la difusión global –aunque sea parcial e imperfecta– de ideas de libertad económica, comercio y emprendimiento. Millones han salido de la pobreza en Asia, por ejemplo, gracias a la liberalización económica de las últimas décadas, algo impensable bajo los antiguos modelos cerrados.

Desde luego, recordar el pasado no significa idealizarlo , sino aprender críticamente. Los mismos autores austríacos no ignoraron que la libertad debe ir acompañada de virtud para no degenerar en abuso. Por eso, tomando todo este caudal de memoria, el siguiente paso (que exploraremos en capítulos posteriores) es complementario la eficiencia y dinamismo del mercado libre con sólidos fundamentos éticos y valiosos . La Escuela Austríaca nos ayuda a entender cómo funciona la maquinaria y por qué se gripó en el pasado; Sobre esa base, podemos añadirle el “motor” del propósito y la brújula moral para orientarla hacia el bien común. Al igual que un elefante adulto guía a los más jóvenes, la sabiduría histórica guiará nuestra innovación futura.

En última instancia, una economía del bien común libre, ética y sostenible, exigirá integrar estos aprendizajes: un profundo respeto por la libertad y la iniciativa de cada persona, una humilde confianza en el orden espontáneo apoyado por instituciones justas, una celebración del emprendimiento al servicio de necesidades humanas reales, y una disciplina para con nuestras políticas monetarias y fiscales que eviten comprometerse el mañana. Esta es la memoria de elefante que no debemos perder. Si la conservamos, estaremos en buen camino para despertar la libertad en el sentido más noble: la libertad que permite a cada individuo desarrollar sus talentos en beneficio propio y de los demás, la libertad que genera prosperidad compartida y que, unida a la ética, sienta las bases de un bien común duradero .

En conclusión, así como los elefantes nunca olvidan, nosotros no debemos olvidar . Recordemos la Gran Depresión y por qué ocurrió, recordemos la caída del Muro de Berlín y qué la precedió, recordemos las hiperinflaciones que devoraron naciones, recordemos también las revoluciones emprendedoras que encendieron épocas de crecimiento. Hagamos de esa memoria una herramienta para la libertad: que cada política nueva pase la prueba del recuerdo histórico (“¿estamos repitiendo un error ya cometido?”), que cada innovación tecnológica o social incorpora la sabiduría acumulada (“¿cómo evitamos los daños colaterales del pasado?”). Solo así podremos avanzar hacia una civilización esmeralda , fuerte y sabia como el elefante, verde y brillante en su esperanza de futuro, donde la economía esté verdaderamente al servicio del ser humano y del planeta. La memoria nos señala el camino y la libertad nos permitirá dar pasos seguros. ¡No la dejemos dormir ni la demos por sentada, despertemos esa libertad con memoria y avanzemos a paso de elefante hacia la economía del futuro! 

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