I Cosmovisiones indígenas de Chile y América Latina: Historia, vida y enseñanzas ecológicas
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Bosque de araucarias en el sur de Chile, con un volcán andino al fondo. El árbol de la araucaria (pehuén) es sagrado para el pueblo mapuche, reflejando su profunda conexión espiritual con la tierra.
La cosmovisión de los pueblos originarios de América Latina – desde la nación mapuche en Chile hasta civilizaciones como la azteca, maya e inca – se caracteriza por un respeto reverencial hacia la naturaleza y la Madre Tierra . A lo largo de su historia, estas culturas desarrollaron formas de vida, conocimientos prácticos, normas sociales y sistemas de creencias enfocados en vivir en equilibrio con el entorno natural. En este trabajo de investigación analizamos cómo vivían estos pueblos, qué reglas y valores guiaban su relación con el mundo, sus referencias sagradas a la tierra, y las enseñanzas comunes que comparten sus cosmovisiones. Asimismo, exploramos las consecuencias culturales de la pérdida o marginación de sus lenguas y tradiciones, y las lecciones que podemos aprender de ellas para forjar una visión moderna más ecológica y sostenible a largo plazo.
✦ Nota previa: sobre la espiritualidad ancestral y la realidad contemporánea
En este espacio honramos profundamente la sabiduría espiritual, filosófica y simbólica de los pueblos originarios, especialmente su visión sagrada del lenguaje, de la Tierra, del alma y del propósito. Creemos que su cosmovisión ofrece claves esenciales para el despertar humano y la restauración del equilibrio con la naturaleza.
Sin embargo, no idealizamos. Reconocemos con dolor que, en muchos territorios, las comunidades indígenas han sido arrinconadas, vulneradas y fragmentadas por siglos de exclusión, pobreza estructural, pérdida territorial y abandono estatal. En este contexto, algunos grupos o individuos –como ocurre también en el mundo no indígena– han sido captados o utilizados por redes ilícitas, incluyendo el narcotráfico, prácticas que deterioran su imagen pública, debilitan los canales de diálogo y dificultan la necesaria reconciliación cultural.
Nuestra intención es distinguir con respeto y claridad entre dos planos distintos:
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Por un lado, la riqueza espiritual, ética y simbólica de las culturas originarias: sus rituales, sus lenguas, su conexión con la tierra y su visión del mundo.
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Por otro, la realidad política, económica y social actual, que no siempre refleja ni representa esa herencia ancestral, y que muchas veces está atravesada por conflictos, instrumentalizaciones y tensiones que no deben confundirse con la cosmovisión profunda de sus raíces.
Reconocer el valor de lo ancestral no implica justificar todo lo que ocurre en su nombre hoy, así como valorar una religión o filosofía no implica avalar todo lo que sus instituciones contemporáneas puedan hacer en su nombre.
Por eso, este proyecto honra las palabras, metáforas y rituales que provienen de lo más alto del espíritu humano —ya sea expresado en mapudungún, sánscrito, latín o náhuatl— sin dejar de ser lúcidos respecto a los desafíos que enfrentamos como sociedad multicultural. Creemos que el diálogo comienza por el respeto, pero también por la claridad.
Pueblos originarios de Chile: Historia y cosmovisión mapuche
En Chile, el pueblo mapuche es el grupo originario más numeroso y de mayor impacto histórico [1] . Tradicionalmente asentados en el centro-sur (entre los ríos Itata y Toltén), los mapuche fueron agricultores y guerreros que resistieron con éxito la conquista española durante el siglo XVI [2] . Vivían en comunidades familiares llamadas lof , lideradas por jefes ( lonko ) y guiadas espiritualmente por chamanes ( machi ). Su forma de vida estaba íntimamente ligada a la tierra: practicaban la agricultura a pequeña escala, la recolección de piñones (semillas de la araucaria) y la ganadería, siempre ajustadas a los ciclos naturales de las estaciones y el clima local.
La cosmovisión mapuche se basa en la idea de que los seres humanos son parte integrante de la naturaleza, no superiores a ella. Un concepto central es el itrofill mongen , que significa “todas las formas de vida”. Este principio implica respetar a todas las formas de vida que cohabitan un lugar , considerando que el ser humano es “uno más” dentro del ecosistema [3] . La Ñuke Mapu (Madre Tierra, en mapudungun) es venerada como fuente de vida, y cada elemento natural posee un espíritu o ngen . Por ejemplo, el Ngen-mapu es el dueño o espíritu de la tierra, el Ngen-ko el espíritu del agua, y el Ngen-lawen el de las plantas medicinales [4][5] . Estas creencias establecen reglas de respeto muy claras: antes de tomar algo de la naturaleza se debe pedir permiso y dar las gracias. Una machi mapuche, por ejemplo, pide permiso al Ngen-lawen antes de recolectar hierbas medicinales, recitando oraciones para no ofender al espíritu guardián de las plantas [5] . Esta norma ancestral ha transmitido una ética de uso sustentable de los recursos: solo se toma lo necesario y siempre con respeto, para no romper la armonía con la naturaleza.
En la espiritualidad mapuche todo está animado . Los cerros, lagos, bosques y animales tienen un carácter sagrado; existen lugares especiales como ciertos cerros ( Trengtreng ) donde se realizan ceremonias comunitarias ( nguillatun ) para conectarse con el mundo espiritual y pedir equilibrio entre las personas y la naturaleza [6][7] . El tiempo y el espacio también se entienden de forma cíclica y relacional. Para los mapuche, las estaciones del año se dividen según cambios observados en el medio ambiente (migración de aves, nieve en cordilleras, etc.), y el tiempo es visto como un ciclo circular de eterno retorno ligado al movimiento del sol [8][9] . No existen divisiones artificiales rígidas como la semana occidental; predomina una percepción flexible del tiempo sincronizada con los ritmos naturales del día y las estaciones [10][11] . Esta concepción contrasta visión con la occidental lineal del tiempo, resaltando una filosofía de vida orientada por la naturaleza cíclica y la paciencia.
En resumen, los mapuche vivían en comunidades agrarias con fuerte sentido de cooperación y con una espiritualidad que enseña que el bienestar humano depende del equilibrio con la naturaleza . Su conocimiento ecológico – manejo de bosques, uso de plantas medicinales, cuidado de vertientes de agua – estaba íntimamente ligado a sus creencias. Este legado perdura: en tiempos recientes, líderes mapuche han propuesto incorporar el principio de itrofill mongen en políticas modernas, por ejemplo reconociendo a la naturaleza como “sujeto de derecho” en la legislación chilena, para proteger bosques, ríos y ecosistemas desde una perspectiva no antropocéntrica [12][13] . La cosmovisión mapuche nos muestra una forma de habitar la Tierra con humildad y respeto, considerando a la Tierra verdaderamente como una madre ya los seres vivos como familia .
Civilizaciones mesoamericanas: Aztecas y mayas y su relación con la naturaleza
En Mesoamérica, culturas como la azteca (mexica) y la maya desarrollaron complejas sociedades urbanas, con grandes conocimientos científicos y una espiritualidad profundamente ligada a la naturaleza . A pesar de sus diferencias, ambos pueblos compartían una visión cíclica del tiempo, una veneración a las fuerzas naturales y un sistema de valores comunitarios.
El mundo azteca: equilibrio cósmico y deidades de la Tierra
Los aztecas (Mexicas) fundaron en el valle de México una civilización floreciente entre los siglos XIV y XVI, notable por su capital Tenochtitlan y su sofisticada agricultura. Su cosmovisión concebía el universo como un tejido vivo donde dioses, seres humanos, astros y naturaleza estaban entrelazados [14][15] . Para los aztecas, la Tierra era un ente sagrado y viviente: la concebían como una madre – llamada Tlaltecuhtli en náhuatl – de cuyo cuerpo surgió toda la vida [16] . Esta idea de la Tierra-madre implicaba que la interacción con el suelo, las montañas y los lagos era sagrada , no meramente utilitaria. Los aztecas entendían que su propio bienestar dependía de mantener el equilibrio con la naturaleza [16] .
En la práctica cotidiana, esto se reflejaba en numerosos rituales agrícolas y calendáricos . La economía azteca se basaba en la agricultura intensiva (maíz, frijol, calabaza, etc.), pero esta actividad material estaba imbuida de espiritualidad: cada ciclo de siembra y cosecha involucraba ceremonias, ofrendas y fiestas dedicadas a las deidades naturales. Tláloc , dios de la lluvia, era honrado para pedir lluvias suficientes; Centéotl , dios del maíz, recibió ofrendas para agradecer las cosechas [17] . Incluso desarrollaron tecnologías agrícolas sostenibles como las chinampas – islas artificiales flotantes en lagos – que maximizaban el espacio cultivable sin agotar el entorno [18] . Estas chinampas eran altamente productivas y demostraron ser una forma ingeniosa de coexistir con el ecosistema lacustre, evitando la erosión de suelos y manteniendo la fertilidad natural año tras año [18] .
La religión azteca estaba poblada de dioses ligados a elementos naturales . Por ejemplo, veneraban a Tonantzin (término que significa “nuestra madre venerable”), asociada a diversas diosas de la fertilidad y la tierra, y cuyo culto luego se sincretizó con la figura de la Virgen de Guadalupe en la época colonial [19][20] . Otras deidades clave incluían a Quetzalcóatl , la “serpiente emplumada”, símbolo de la unión entre lo terrestre y lo celeste (viento, agua y conocimiento); y Huitzilopochtli , dios del sol, cuyo ciclo diario de luz y oscuridad representaba el eterno ciclo de vida, muerte y renacimiento. Cada fenómeno natural –la salida del sol, la lluvia, el crecimiento del maíz– tenía un significado sagrado dentro del equilibrio cósmico . Los mitos de creación aztecas narraban sacrificios divinos para dar vida al mundo, inculcando la idea de reciprocidad : los humanos debían ofrecer tributos a los dioses (a veces incluso sacrificios humanos) para mantener andando el ciclo cósmico y asegurar la continuidad de la vida [21][22] . Si bien algunas prácticas rituales aztecas eran extremas desde la óptica actual, subyacía en ellas una lógica de deuda con la naturaleza y con lo sagrado: devolver a la Tierra y al cosmos una parte de lo recibido para mantener el equilibrio.
En resumen, los aztecas tenían una visión holística : la tierra, el agua, el Sol y cada ser estaban interconectados. Consideraban a la Tierra como una madre viva que debía ser respetada y cuidada , promoviendo así una actitud casi proto-ecológica [23] . Sus avances tecnológicos y urbanos no estuvieron reñidos con esta reverencia por la naturaleza, lo que les permitió prosperar durante siglos sin devastar su entorno inmediato. La lección azteca destaca la importancia de integrar la espiritualidad y la ética ambiental en las prácticas de subsistencia y gobierno.
Espiritualidad maya: tiempo cíclico y armonía universal
La civilización maya , ubicada en Mesoamérica (sur de México, Guatemala, Belice, Honduras), brilló por su conocimiento astronómico, su arte y arquitectura, y su intrincado calendario. Al igual que los aztecas, los mayas tenían una cosmovisión profundamente espiritual y naturalista, aunque expresada en su propio marco cultural. Para los mayas el tiempo era cíclico , compuesto de grandes eras y ciclos que se renuevan (famosamente reflejado en su calendario de Cuenta Larga y en las profecías sobre los baktunes) [24][25] . Concebían el universo como animado por una energía vital omnipresente, a la que llamaban Itzamná o vinculaban con la figura de Huracán (corazón del cielo) – fuerza que mueve el viento, la lluvia y en general equilibra los elementos naturales [26][27] . En la cosmovisión maya, todo en la naturaleza posee espíritu : el sol, la luna, las estrellas, las montañas, los árboles, los animales y hasta las piedras están habitados por esta esencia sagrada [27] . Los humanos no son sino una parte más de ese vasto entramado viviente, hijos del mismo cosmos.
Este animismo maya se evidencia en prácticas como la veneración de cuevas, cenotes (pozos de agua naturales) y ceibas (el árbol sagrado maya que simboliza la unión entre el cielo, la tierra y el inframundo). Para cualquier actividad importante –desde la siembra del maíz hasta la construcción de un templo– se realizaban ceremonias de petición y agradecimiento a las fuerzas naturales. Los mayas también desarrollaron profundos conocimientos agrícolas adaptados a su entorno tropical: cultivaban en milpas (un sistema de policultivo de maíz, frijoles y calabazas que en conjunto se sostienen y enriquecen el suelo), manejaban los bosques de forma semi-silvestre y construían reservorios de agua de lluvia en ciudades con poca agua superficial. Estas prácticas agrícolas, combinadas con su comprensión del ciclo de las estaciones y los astros, les permitieron mantener ciudades densamente pobladas en zonas de selva y sabana durante siglos sin agotar la tierra.
En lo social, la cultura maya estaba organizada en ciudades-Estado con clases dirigentes, pero también con un fuerte sentido comunitario en cada aldea . La comunidad realizaba juntas las ceremonias agrícolas y festividades anuales, reforzando la idea de que la prosperidad dependía de la cooperación entre las personas y la naturaleza. Un ejemplo notable de su visión integradora es el calendario sagrado Tzolk'in (de 260 días), que combinaba de forma armónica los ciclos agrícolas, los ciclos cósmicos y los ritos religiosos. Para los mayas, el tiempo y la naturaleza eran sagrados , y vivir el paso de las estaciones o la alineación de Venus era acercarse al plano divino. Como explica un análisis contemporáneo: “Para los mayas el universo está habitado por una fuerza vital que se manifiesta en el sol, la luna, el agua, los árboles, el viento, los animales, en todo cuanto existe” , y esa energía mantiene el equilibrio de todos los elementos de la naturaleza, incluyendo al ser humano [27] . Esta conciencia de unidad cósmica propició una actitud de agradecimiento y cuidado : muchas festividades mayas eran actos de agradecimiento colectivo – por ejemplo, ceremonias de fin de ciclo donde se apagaban y encendían fuegos nuevos, simbolizando la renovación de la vida en sincronía con el universo.
En síntesis, las civilizaciones mesoamericanas legaron una rica tradición de sabiduría ecológica envuelta en mitos y rituales. Tanto aztecas como mayas veían a la tierra como proveedora de vida y entendían que debían honrarla para asegurar la continuidad de la existencia. Sus ciudades y campos no eran simplemente espacios económicos, sino paisajes sagrados donde cada acción humana debía considerar a los dioses y espíritus de la naturaleza. Este marco mental fomentó prácticas sostenibles (como la rotación de cultivos, las ofrendas antes de cazar o talar un árbol, etc.) y un ethos colectivo donde la supervivencia era un esfuerzo compartido entre comunidad, dioses y naturaleza.
Cosmovisión andina: Incas y pueblos originarios de los Andes
En la región andina (Perú, Bolivia, partes de Argentina, Ecuador y el norte de Chile), predominó la cosmovisión quechua-aymara , cuya máxima expresión histórica fue el Imperio inca (siglo XV-XVI). La visión andina del mundo, vigente hasta hoy entre muchos pueblos altoandinos, se centra en la idea de la Pachamama o Madre Tierra como ser vivo y nutricia, y en principios comunitarios como el ayni (reciprocidad) y el ayllu (comunidad familiar extensa).
Los incas heredaron conocimientos y creencias de civilizaciones anteriores de los Andes, moldeando un Estado altamente organizado que sin embargo mantenía la esencia de pueblo agrario y ritual . En la cosmovisión andina , el mundo estaba estructurado en tres planos interconectados : Hanan Pacha (el mundo de arriba, celestial), Kay Pacha (el mundo de aquí, la tierra donde vivimos) y Urin Pacha (el mundo de abajo, de los ancestros y espíritus) [28] . Estos no eran “cielo, tierra e infierno” separados, sino partes de un mismo sistema cósmico. Todo en la naturaleza tenía su lugar dentro de este orden: las montañas ( Apus ) eran espíritus tutelares que conectaban lo celestial con lo terrestre, los manantiales y lagunas tenían deidades propias (ej. coa , espíritus del agua), y la Pachamama era la entidad omnipresente que daba sustento a todos los seres. La Tierra era (y es) vista como la madre nutridora de la vida, digna de respeto absoluto , en oposición directa a la visión europea de la época que justificaba que el hombre explotara la naturaleza sin miramientos [29] . De hecho, Pachamama en quechua y aymara significa tanto “Madre Tierra” como “universo-tiempo”, indicando que para los andinos tierra, espacio y tiempo forman un todo sagrado indivisible [30] .
Un valor fundamental en la sociedad andina era el ayni , principio de reciprocidad y solidaridad. El ayni dictaba que todo lo que se recibe debe devolverse en algún momento, creando ciclos de intercambio de trabajo, bienes y cuidados dentro de la comunidad [31] . Los incas aplicaron el ayni a gran escala para movilizar trabajo colectivo en obras públicas (terrazas agrícolas, sistemas de riego, caminos) y asegurar que ninguna familia quedará desamparada: hoy en día aún se practica en comunidades andinas, por ejemplo en las mingas (trabajos comunitarios colaborativos) [32][33] . El ayni también se extiende a la relación con la naturaleza. La cosmovisión andina enseña que se debe devolver a la tierra una parte de lo que ella nos da – sea en forma de ofrendas rituales, sea dejando descansar la tierra tras cosechas (barbechos), o realizando ceremonias de agradecimiento. Este rasgo se observa claramente en festividades como el Inti Raymi (fiesta del sol en el solsticio de invierno) y en ofrendas agrícolas estacionales: antes de sembrar o al recolectar la primera cosecha de papas o maíz, la comunidad ofrenda chicha, hojas de coca y grasa de llama a la Pachamama, asegurando así que haya equilibrio entre tomar y dar. "El Ayni se vincula estrechamente con la cosmovisión andina, donde la Pachamama es venerada como una entidad viva y generosa. La reciprocidad con la naturaleza es fundamental, y el Ayni es un medio de expresar gratitud y cuidado hacia la Pachamama" [34] . En síntesis, la reciprocidad andina garantiza una relación sostenible : el ser humano cuida de la tierra y la tierra cuida del ser humano en un ciclo continuo.
Otra manifestación de la visión andina es la organización socioeconómica en torno al ayllu (comunidad). La tierra no pertenecía a individuos sino al ayllu; se repartía según las necesidades familiares y rotaba su uso. Había tierras del Inca (estado) para sostener obras públicas y tierras del Sol (templo) para el culto, pero todas trabajadas colectivamente mediante turnos de trabajo (la mita ). Este sistema distributivo aseguraba resiliencia: en caso de escasez en una zona, otras suplían el faltante, y los depósitos estatales de granos proveían alimento en tiempos difíciles. Los incas también desarrollaron una agricultura extraordinariamente adaptada a la ecología andina: construyeron andenes o terrazas en las laderas, que evitaron la erosión y crearon microclimas para cultivar a distintas alturas; domesticaron una increíble diversidad de papas, maíces, quínoas y otros cultivos adecuados a diferentes pisos ecológicos; y veneraban a ciertos animales clave (la llama, la alpaca, el cóndor) estableciendo vedas y rituales para protegerlos. Su calendario agrícola-ritual, marcado por solsticios y equinoccios, regía las labores del campo de forma armónica con las estaciones de lluvia y sequía. Creían, al igual que otros pueblos indígenas, en un tiempo cíclico : la historia andina reconocía épocas de oscuridad y de esplendor alternadas (por ejemplo, los incas hablaban de edades previas de la humanidad, similar a los “soles” aztecas o baktunes mayas). Esto inculcaba paciencia histórica y sentido de renovación tras las crisis.
En el mundo andino todo acto significativo tenía una cariz espiritual. Si se construyera un puente colgante sobre un río, se hacía una ceremonia pidiendo permiso al río ya la montaña para “unirlos”. Si se partía en viaje largo, se pedía protección a los apus (espíritus de cerros tutelares). Hasta hoy, en comunidades quechuas y aymaras, es común “dar de comer a la tierra” derramando un poco de bebida en el suelo antes de beber uno mismo, o quemar ofrendas dulces en la mesa ritual de la Pachamama. Estas tradiciones revelan un profundo sentido de gratitud y humildad ante la naturaleza. La filosofía andina del Buen Vivir (Sumaq Kawsay en quechua, Suma Qamaña en aymara) se basa justamente en vivir en equilibrio con la comunidad y con la Madre Tierra, satisfaciendo las necesidades sin destruir la base natural que sostiene la vida. Por eso se afirma que “lo mejor que deja la cosmovisión andina es que la Tierra (Pachamama) es la madre nutricia de la vida, digna de respeto; posición opuesta a la visión europea de que el hombre debe explotar la naturaleza sin precaución” [29] .