Repensando la investigación científica en la era digital: de la lentitud a la urgencia


Un sistema de investigación demasiado lento para la nueva era digital.

La ciencia avanza a través de investigaciones rigurosas que deben superar múltiples filtros antes de ser aceptadas por la comunidad. El proceso típico involucra diseñar un estudio, obtener financiamiento, pasar por comités de ética , recolectar y analizar datos, publicar en revistas con revisión por pares , y finalmente replicar los hallazgos en estudios posteriores. Cada etapa puede tomar meses o años. En particular, la revisión por pares –pilar de la validación científica moderna– suele ser extremadamente lenta : los revisores pueden demorar e incluso frenar la publicación de un artículo durante meses mientras exigen revisión y correcciones [1] . Este riguroso escrutinio garantiza la calidad, pero sacrifica la velocidad . Además, ni los autores ni los revisores suelen recibir compensación por este trabajo, ya veces las revistas incluso cobran a los autores por publicar [2] , agregando trabas económicas. La burocracia académica , con comités evaluando cada paso, puede prolongar aún más los tiempos. En suma, no es raro que pasen años desde que se inicia una investigación hasta que sus conclusiones son aceptadas por las autoridades o la sociedad.

En muchos campos este ritmo pausado no genera urgencia; el conocimiento se acumula gradualmente. Sin embargo, existen costos ocultos por la demora : problemas sociales que podrían haberse atendido antes de que queden sin respuesta mientras “se reúnen más evidencias” [1] . Pensemos en riesgos emergentes : si una tecnología nueva está causando daño, espere una década para confirmarlo y validarlo significa una década de efectos negativos sin contención. Un ejemplo reciente exponen esta tensión: durante la pandemia de COVID-19, la ciencia tuvo que acelerar a la fuerza . Las revistas científicas introdujeron mecanismos exprés para publicar hallazgos urgentes, y los investigadores recurrieron a repositorios abiertos de preprints (como arXiv o MedRxiv) para compartir datos sin la demora del peer review tradicional [3] . Aunque no es perfecto , ese cambio de reglas salvó vidas al difundir conocimiento rápidamente. Este caso demuestra que, cuando la situación lo exige , la comunidad científica puede agilizar sus procesos –lo que plantea la pregunta: ¿por qué no hacerlo también frente a otros desafíos apremiantes? .

La revolución tecnológica supera a la ciencia tradicional.

Un adolescente interactuando con su teléfono inteligente. La rápida adopción de dispositivos digitales ha ocurrido más rápido de lo que la ciencia tarda en estudiar sus efectos.

Vivimos en una época de cambios vertiginosos . En apenas 15 años, los teléfonos inteligentes, las redes sociales y las aplicaciones digitales pasaron de ser novedades a omnipresentes en la vida cotidiana. Esta revolución tecnológica y social ha traído enormes beneficios, pero también problemáticas inicialmente no previstas [4] . El conocimiento científico sobre sus impactos siempre va a la zaga del despliegue tecnológico. En otras palabras, mientras la sociedad adopta en masa una nueva tecnología en cuestión de meses, la ciencia puede tardar años en entender plenamente sus riesgos . Por ejemplo, los psicólogos comenzaron a notar un aumento inédito de depresión y ansiedad en adolescentes durante la década de 2010, justo cuando los teléfonos inteligentes y las redes sociales se volvieron omnipresentes [5] . Estudios posteriores confirmaron esta evaluación: los usuarios intensivos de redes (5+ horas diarias) tienen el doble de probabilidades de sufrir depresión que quienes no las usan [6] . Sin embargo, esos hallazgos llegaron tarde : entre 2011 y 2019, las tasas de depresión adolescente se duplicaron mientras la sociedad apenas comenzaba a reconocer el problema [5] . La investigación actuó a cámara lenta frente a una realidad que avanzaba en cámara rápida .

Hoy ya estamos viendo los daños que antes pasaban inadvertidos. Por un lado, múltiples señalan estudios que una exposición excesiva a pantallas en la infancia conlleva déficits en el desarrollo : se observan perjuicios en el lenguaje, la concentración, el desarrollo cognitivo e incluso el sueño de niños sobreexpuestos [7] . Estos efectos negativos impactan directamente en habilidades básicas y bienestar emocional. Docentes y pediatras confirman lo que la literatura científica describe: por ejemplo, maestros con 15 o 20 años de experiencia notan que hoy es más difícil lograr que los alumnos comprendan ciertos conceptos, y que el vocabulario y la capacidad de atención de esta generación se han empobrecido [8][9] . Se ha llegado al punto de tener que simplificar libros infantiles actuales porque los niños de hoy no logran entender ediciones de hace décadas [10] . Todo ello dibuja un panorama preocupante: estamos creando entornos digitales que superan nuestros recursos cognitivos y sobrepasan la capacidad de adaptación de un cerebro en desarrollo [11][12] . En resumen, la ciencia ya documenta una variedad de daños psicológicos y neurológicos asociados al uso sin límites de nuevas tecnologías, desde problemas de atención y memoria hasta alteraciones del sueño y bienestar emocional.

Intereses que silencian la evidencia incómoda

Si estos peligros son reales y se están documentando, cabe preguntarse: ¿por qué no se habla más de ellos? ¿Por qué mucha gente aún cree que "no pasa nada" con el uso irrestricto de dispositivos? La respuesta, según algunos expertos, es que no a todos les conviene que esta información se difunda abiertamente . La industria tecnológica y publicitaria –hoy una de las más poderosas del mundo– tiene incentivos económicos enormes para minimizar los riesgos. Nuestra es su atención materia prima : empresas de redes sociales y plataformas digitales obtienen ganancias multimillonarias manteniéndonos conectados el mayor tiempo posible, principalmente a través de publicidad dirigida. Reconocer públicamente que un uso excesivo podría ser dañino chocaría con su modelo de negocio . No es de extrañar, entonces, que existe cierta resistencia a aceptar evidencias científicas incómodas .

Expertos en neurociencia han trazado paralelos con casos históricos. “Esta es una de las industrias más lucrativas que existen” , señala el Dr. Michel Desmurget refiriéndose al sector digital, “y no es nuevo hacer la vista gorda ante un problema de salud pública por motivos económicos: ocurrió con el tabaco, con el cambio climático… Siempre igual: al principio se niegan las evidencias y luego, cuando los datos son incontestables, se intenta minimizarlos” [13] . En efecto, igual que las tabacaleras financiaron durante años estudios para sembrar duda sobre los efectos del cigarrillo, hoy vemos algo similar en el mundo digital . Surgen “supuestos expertos” que pregonan las supuestas bondades inofensivas de ciertas aplicaciones o videojuegos, pero luego se descubre que están ligados financieramente a las compañías que fabrican esos productos [14] . Este conflicto de intereses puede frenar la difusión de estudios críticos: investigaciones que alertan sobre daños potenciales a veces no reciben atención mediática o quedan relegadas. El propio Desmurget relata cómo, tras veinte años revisando literatura científica sobre pantallas, le “molestaba la enorme diferencia entre lo que decían los estudios y lo que se contaba en los medios” , al punto que decidió escribir libros de divulgación para hacer llegar esos hallazgos al público [15][7] .

Incluso desde las instituciones se empieza a reconocer esta problemática. En 2021, la ingeniera Frances Haugen filtró investigaciones internas de Facebook mostrando que Instagram perjudicaba la autoimagen de las adolescentes, datos que la empresa había mantenido sin divulgar . En 2022, el presidente de EE.UU., Joe Biden, llegó a afirmar que las redes sociales están llevando a cabo un “experimento nacional con nuestros niños, con fines de lucro” [16] , enfatizando cómo la búsqueda de ganancias prevalece sobre la seguridad infantil. Y es que las plataformas digitales están diseñadas deliberadamente para ser adictivas : emplean algoritmos y notificaciones constantes para que el usuario vuelva una y otra vez [17] . Las empresas no tienen incentivos para cambiar esa estrategia , ya que su modelo de negocio depende de ello [18] . Esta realidad refuerza la urgencia de intervenir desde fuera : la autorregulación ha fallado cuando las ganancias entran en conflicto con la salud pública.

Hacia una investigación ágil y una tecnología más humana

Frente a este panorama, es evidente que debemos replantearnos el sistema . Por un lado, la comunidad científica necesita encontrar formas de acelerar la generación y difusión de conocimientos sin comprometer la calidad o la ética. Por otro lado, los gobiernos, educadores y la sociedad civil deben actuar más rápido ante las alertas que ya tenemos, implementando medidas concretas para proteger a las nuevas generaciones . A continuación, exploramos algunas propuestas y soluciones que están surgiendo desde ámbitos académicos, éticos y legislativos:

  • Modernizar la comunicación científica : Adoptar herramientas de publicación más rápidas. El uso de repositorios abiertos de preprints y la revisión por pares abierta (donde la comunidad evalúa los manuscritos en tiempo real) puede difundir hallazgos urgentes en semanas en vez de años [3][19] . Algunos divulgadores comparan la ciencia con el desarrollo de software, proponiendo un sistema de “versiones beta” de estudios científicos disponibles para escrutinio público antes de la versión final [20] . Agilizar no significa eliminar la rigurosidad , sino correr en paralelo: permita que los hallazgos preliminares estén accesibles (con las debidas cautelas) mientras se completa la validación formal. Asimismo, sería deseable destinar más fondos públicos a investigaciones independientes sobre tecnología y salud, reduciendo la dependencia de financiamiento corporativo que podría sesgar resultados.
  • Reconocer plazos máximos para actuar : Así como las aplicaciones móviles nos permiten fijar un límite diario de uso (por ejemplo, Instagram ofrece recordatorios tras X minutos de pantalla), en el ámbito social necesitamos límites de tiempo para reaccionar a la evidencia científica. No podemos esperar 10 o 20 años para responder a un problema evidente. Por ejemplo, si numerosos estudios ya demuestran un daño, las autoridades sanitarias y educativas deberían emitir pautas provisionales de precaución mientras la ciencia afina detalles. Esta filosofía de “precaución proactiva” se parece a las alertas tempranas: mejor advertir y prevenir ahora, aunque con datos incompletos, que lamentar inacción después. Un llamado en este sentido es a revisar periódicamente las políticas públicas en función de los hallazgos más recientes, y no sólo tras consensos que toman décadas.
  • Protecciones específicas para menores : Varios países y expertos proponen normativas concretas para reducir la exposición dañina de niños y adolescentes . Un informe de un comité de expertos en España (2024) aconseja prohibir cualquier dispositivo digital personal antes de los 6 años de edad, y restringir estrictamente su uso hasta los 12 [21] . Recomienda incluso que, de 12 a 16 años, solo se usen teléfonos “analógicos” (sin Internet, solo llamadas) para evitar la entrada prematura a redes sociales [22] . Si aun así se da un smartphone a un menor, debe tener controles parentales activos por defecto y no permitir acceso a redes sociales ni contenido inapropiado [22] . Estas pueden sonar drásticas, pero buscan dar espacio a que el cerebro joven madure sin la inundación constante de medidas de estímulos digitales. En la misma línea, países asiáticos han tomado acciones: Taiwán multará a padres que permiten que bebés menores de 2 años usen pantallas, y exige límites de tiempo para niños mayores [23] . China implementó una controvertida ley que limita a 90 minutos diarios el juego en línea para menores y lo prohíbe en horario nocturno [24] . Son enfoques diferentes, pero comparten el reconocimiento de que el Estado debe fijar algún control cuando está en juego el desarrollo saludable de los menores.
  • Responsabilidad y ética para la industria tecnológica : Así como a otras industrias se les imponen regulaciones por el bien público, la del software y las plataformas digitales no debería ser la excepción. Una idea en estudio es exigir a las empresas un “etiquetado” de advertencia sobre los riesgos de sus productos, similar a las advertencias sanitarias en las cajetillas de cigarro. El comité español antes citado plantea que móviles, apps y videojuegos lleven avisos claros al iniciarlos, explicando los riesgos para la salud de su uso excesivo y el tiempo máximo recomendado [25][26] . También instantáneamente a que todo dispositivo o plataforma venga con la configuración de control parental activada por defecto –es decir, que el ambiente digital sea seguro por diseño para un menor, en lugar de confiar en que los padres sepan activar dichas funciones [27] . Otra propuesta innovadora es obligar a las compañías a realizar un Informe de Impacto en Menores para cada nuevo producto o actualización importante [28] , evaluando cómo medidas podrían afectar a niños y adolescentes y qué mitigadoras se han incorporado. En cuanto a contenidos, se discute regularmente a los influencers y creadores cuando involucran a menores (p. ej., prohibiendo la exposición lucrativa de niños en redes) [29] . Y en el terreno publicitario, se aboga por limitar los anuncios dirigidos a población infantil , especialmente en aplicaciones “gratuitas” que en realidad saturan de publicidad a los jóvenes.
  • Cambios en las aplicaciones y diseño digital : Los académicos del área de experiencia de usuario y psicología proponen abordar el problema en la fuente del diseño . ¿Qué pasaría si en lugar de interfaces adictivas, tuviésemos interfaces “humanas” que fomentan hábitos saludables? Por ejemplo, se sugiere eliminar de las versiones para menores los mecanismos de recompensa aleatoria típicos de videojuegos (que se asemejan a apuestas adictivas); De hecho, la nueva ley en trámite en España planea prohibir las “cajas de botón” y recompensas aleatorias para jugadores menores de edad [30] . Asimismo, las versiones infantiles de redes sociales podrían ocultar contadores de “me gusta” , reducir las notificaciones y limitar el acceso a contenidos de influencers o tendencias tóxicas [31] . Varias plataformas ya han incorporado funciones como el “modo descanso” o recordatorios de hacer una pausa, y se debate si ciertas características (desplazamiento infinito, reproducción automática de videos, etc.) deben desactivarse automáticamente para usuarios jóvenes . La idea central es que la ética tecnológica se integra al desarrollo de productos: que la próxima generación de apps esté diseñada pensando en el bienestar del usuario, no solo en captar su atención a toda costa.
  • Educación y conciencia desde temprano : Ninguna política estará completa sin educar a las nuevas generaciones para un uso equilibrado de la tecnología. Esto implica actualizar currículos escolares para incluir alfabetización digital y mediática , enseñando a niños y jóvenes no solo habilidades técnicas sino hábitos saludables : por qué es importante limitar el tiempo de pantalla, cómo afecta el cerebro el sueño y la concentración, y cómo reconocer señales de adicción o malestar. Iniciativas en marcha, como el plan de Alfabetización Mediática e Informacional impulsado por la UNESCO, buscan dotar a los menores de herramientas críticas para no estar desprotegidos en el mundo digital [32] . Los pediatras, por su parte, recomiendan a las familias establecer reglas claras en el hogar : sin horarios (por ejemplo, nada de pantallas durante las comidas o antes de dormir), zonas libres de tecnología (quizá el dormitorio, para asegurar un sueño sin interrupciones) y prácticas como no usar el teléfono como chupete emocional para calmar al niño en cualquier situación. La Dra. Jean Twenge, investigadora de los efectos de redes sociales, aconseja retrasar lo más posible la edad de ingreso de los chicos a plataformas como Instagram o TikTok, y limitar su uso a máximo 1 hora diaria en la adolescencia temprana [33] . También enfatiza una regla sencilla pero poderosa: no llevar pantallas al dormitorio por la noche , ni niños ni adultos, para proteger el descanso [34] . En síntesis, combinar concienciación (saber los riesgos) con habilidades prácticas (saber autorregularse) empodera a los jóvenes para navegar el mundo digital sin naufragar en él.

Conclusiones: un nuevo pacto para el futuro

Nos encontramos ante una encrucijada histórica. La forma tradicional de hacer ciencia y de forjar consensos sociales no está a la altura de la velocidad de los cambios tecnológicos actuales . No se trata de culpar a la ciencia –cautelosa por naturaleza– ni de demonizar la tecnología –cuyo potencial positivo es innegable–. Se trata, más bien, de recalibrar nuestro sistema para que el conocimiento y la ética mantengan el paso en esta carrera acelerada. Así como la tecnología no es ni buena ni mala en sí misma, sino que depende de nuestro uso consciente de ella [35] , el sistema que la rodea (investigación, regulación, educación) debe adaptarse conscientemente a la nueva realidad.

En este artículo hemos planteado una reflexión crítica y ética sobre la necesidad de cambiar el paradigma vigente . No podemos permitir que los estudios tarden 20 años en confirmar lo que la experiencia diaria ya nos está mostrando: que un uso desmedido y sin control de las nuevas tecnologías está generando daños reales en la mente y el bienestar de las personas, especialmente en los más jóvenes. Tampoco podemos dejar que los intereses del mercado silencien estas alarmas ; la salud mental y el desarrollo de una generación no pueden supeditarse a las ganancias de unos pocos. La buena noticia es que hay soluciones sobre la mesa . Desde acelerar la ciencia con nuevas metodologías hasta legislar entornos digitales más seguros, pasando por educar en un uso equilibrado, tenemos un abanico de listas de estrategias para implementarse. Solo falta la voluntad colectiva de llevarlas a cabo.

En última instancia, el desafío es ético y generacional . Debemos preguntarnos qué tipo de futuro queremos para nuestros hijos y nietos. Si persistimos con la inacción, seguiremos forjando generaciones cada vez más ansiosas, irritables y dependientes , tratando de adaptarse a un mundo hiperestimulante para el que sus cerebros no tuvieron tiempo de prepararse. Pero si actuamos con visión y rapidez –acortando la brecha entre el avance tecnológico y la respuesta social– podemos construir un nuevo pacto digital : uno donde la innovación vaya de la mano de la salud pública, donde el conocimiento fluya ágilmente para guiar nuestras decisiones, y donde la tecnología esté al servicio del bienestar humano y no al revés. En esta era de cambio constante, cambiar el sistema no es solo viable, sino imperativo. La historia juzgará cómo supimos estar a la altura de este reto. Por el bien de las próximas generaciones, no podemos darnos el lujo de esperar . [13][7]


[1] [2] [3] [19] [20] La revisión por pares es uno de los pilares de la ciencia. Ahora hay quien propone cambiarlo de arriba a abajo

https://www.xataka.com/investigacion/revision-pares-uno-pilares-ciencia-ahora-hay-quien-propone-cambiarlo-arriba-a-abajo

[4] [35] Tecnoestrés: evolución y efecto de la tecnología en la salud mental - Telos Fundación Teléfonica

https://telos.fundaciontelefonica.com/tecnoestres-evolucion-y-efecto-de-la-tecnologia-en-la-salud-mental/

[5] [6] [16] [17] [18] [31] [33] [34] Redes sociales y salud mental infantil: Preguntas y respuestas con Jean Twenge | Noticias | SDSU

https://www.sdsu.edu/news/2022/03/social-media-kids-mental-health-q-jean-twenge

[7] [15] ¿Cómo afectan las pantallas a tus hijos? –BBVA Aprendemos Juntos

https://aprendemosjuntos.bbva.com/especial/como-afectan-las-pantallas-a-tus-hijos-michel-desmurget/

[8] [9] [10] [11] [12] [13] [14] [23] [24] Michel Desmurget: «A los 18 años un chaval ha pasado ante una pantalla el equivalente a 30 cursos escolares» -

https://espai-marx.net/?p=9371

[21] [22] [25] [26] [27] [28] [29] [30] [32] El comité de expertos recomienda cero dispositivos hasta los 6 años

https://www.rtve.es/noticias/20241203/informe-expertos-pantallas-menores-entorno-digital-seguro/16356740.shtml

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